jueves, 5 de diciembre de 2013

CALLE DE ANDIA

Domenjón González de Andía, hijo de la villa de Tolosa , fue en su tiempo de los personajes más importantes de Guipúzcoa. Don Juan II le hizo gracia del oficio e Alcaldía de Sacas y cosas vedadas de la Provincia, merced que renunció en 1475 a favor de ésta. Don Enrique IV le dió privilegio de la Escribanía fiel de Juntas de la misma, que ejerció hasta su muerte; de ocho mil maravedís de lanzas mareantes de por mar y tierra; de otros diez mil maravedís de juro perpetuo de heredad. Fue Coronel de la gente de Guipúzcoa, cuando en el año 1471 entró en Francia a auxiliar a Eduardo IV, Rey de Inglaterra, en la guerra que tenía con Luis XI.

El año 1481, fue comisionado por la Provincia a Barcelona con el objeto de obtener la licencia del Rey para celebrar con el de Inglaterra el tratado de paz y comercio, que se verificó en Londres el año siguiente entre Inglaterra y Guipúzcoa.

Verdadero patriota, siguió el partido de la Provincia en los disturbios que hubo en ella con motivo de los bandos, y fue uno de los que más trabajaron en abatir la prepotencia de los Parientes Mayores, que asolaban el territorio guipuzcoano.

Murió en 1489, causando general sentimiento en el país.

La fecha del acuerdo de conmemorar este nombre, rotulando con él una calle de la ciudad, es de 12 de Septiembre de 1866.

(D. SERAPIO MÚGICA - "Las calles de San Sebastián. Explicación de sus nombres")

UN DÍA TRISTE DE DICIEMBRE DE 1688

FUE aquel 7 de diciembre de 1688 un día triste en San Sebastián. Sobre las dos de la tarde comenzó a levantarse un viento huracanado, se encapotó de nubes el cielo, alborotóse el mar. Creció a las 3 de la tarde la marea, subía ei golpe de las olas a tanta altura que excedió a los muros de la ciudad que miraban al muelle, entrando el agua dentro de ella por la parte que llamaban el Ingente. Sobre las cuatro comenzó a descargar con horrible estrépito infinidad de rayos y centellas. Cayó un rayo en el castillo de Urgull, prendió la pólvora del almacén en el que había unos 780 quintales, produdéndose tan horrible estrépito que a toda la ciudad alcanzó la conmoción.
Los que se encontraban fuera de sus casas pensaron que en ella sería el siniestro; los que estaban en los templos al amparo de sus espesos muros, temieron que se arruinaran al sentir la fuerte conmoción y llenos de pavor buscaban la salida huyendo de un peligro que creían cierto, para caer en otro, pues las piedras, tablas, tejas y materiales del Castillo volaron por los aires a causa de la explosión, cayendo en los tejados, calles y plazas de la ciudad.En todos los edificios se desencajaron las puertas y ventanas, rompiendo los cristales, cayendo tabiques y paredes, saliendo los vecinos despavoridos de sus viviendas para huir de un peligro y caer en otro. Los que estaban en los templos huian y los que se encontraban en las calles pugnaban por entrar en ellos.Los destrozos, daños y desgracias causados por aquel suceso fueron muchos. Parecieron diez soldados que estaban de guardia en el castillo, cuyos miembros volaron entre los .escombros y fueron hallados al día siguiente en distintos puntos de la ciudad; quedaron sepultados entre las ruinas del castillo dos presos que en él había; un pintor que trabajaba en su taller fue muerto por una piedra que le alcanzó; un obrero que se hallaba en el muelle murió por un golpe de proyectil; un niño quedó aplastado bajo una chimenea que se derrumbó; multitud de personas fueron heridas por la lluvia de materiales que cayó por toda la ciudad; los tejados de muchos edificios quedaron destrozados y tanto en las iglesias como en muchas casas entraba el agua en abundancia, pues el temporal de lluvias continuó varios días.Aquel aciago día 7 de diciembrede 1688 quedó grabado en la memoria de todos los que fueron testigos de la explosión del polvorín del Castillo.Y cada aniversario lo recordaban con tristeza acudiendo a las iglesias a rezar por los que ya no estaban con ellos.
KOXKAS - R.M. - DV - 07 / 12 / 2001

UN PUEBLO JUNTO AL MAR

Un periodista burgalés vino a pasar unos días de descanso a Guipúzcoa y eligió un pueblo junto al mar. Esto era hacia 1890 y después escribió esta deliciosa crónica que reproduzco: "Aún viven en mi memoria los días tranquilos que residí allí, libre de preocupaciones y de luchas; y aún recuerdo con íntimo regocijo las deliciosas horas que pasaba el domingo frente al pórtico de la vetusta iglesia, donde se juntan los habitantes del pueblo, calzando los hombres bordadas alpargatas, sobre las cuales se apoya el ancho pantalón, ceñido al cuerpo por oscura blusa entreabierta, que descubre la blanca camisa; cubierta la cabeza por azul boina caída sobre la frente, y cuidadosamente afeitado el rostro, curtido por los vientos del mar.

Visten las mujeres airoso zagalejo, limitado por el tentador contorno de una pierna  robusta, tirante corpiño que demarca las robusteces del seno, y rebocillo afelpado, tras cuyos mil pliegues se ocultan las abundosas trenzas.
Apenas escuchan el postrer acento de la campana, disuélvense los grupos, y por lados opuestos, según el sexo, y ocupando lugares también distintos, oyen la misa cantada que comienza a las diez y termina a las once y media largas, y muy largas, merced a los sermones que se predican.
Terminada la misa, bajan los hombres al puerto, dirigiéndose unos a la taberna donde apuran de un sorbo una copa de ginebra, y formando otros pequeños grupos discuten sobre faenas del mar, mientras los chiquillos se desperezan groseramente al sol o asaltan las barcas ideando mil travesuras.
Las doce campanadas del mediodía señala el desfile general. La comida espera. Es la única manifestación de la vida en que la puntualidad es española.
Después, todo el mundo a la plaza, donde unos juegan a la pelota, otros danzan al armonioso compás de un tamboril y de una flauta, y los demás charlan y ríen ocupados con múltiples entretenimientos. Así llega la noche: con ella las horas de reposo.
Y es de advertir que dichas fiestas no se ven turbadas por ninguna disputa, siendo como buenos marineros buenos bebedores los naturales de aquella población. Aún no dan las once y se restablece el silencio, que sólo interrumpen algunos perezosos al retirarse entonando el zortziko.
¡Lástima grande que la furia del Cantábrico lleve al pueblo días de lágrimas y luto!¡Lástima también que las pasiones lleguen en ciertos momentos a turbar aquella idílica calma! Dormía el mar y en sus palpitaciones enviaba besos de espuma a los acantilados que en días de temporal azotaba y asaltaba frenético.
R.M.

lunes, 2 de diciembre de 2013

CALLE DE AMASORRAIN

Figura esta calle en el padrón de vecinos del año 1566 con el nombre de Amasorrarain, y en las Ordenanzas de edificación de 1630 con el de Amasorrain.

De muy antiguo existe en el barrio rural de Añorga la casa solar y armera de Amasorrain, y descendiente de esta casa era Ascensio de Amasorrarayn, que figura como vecino de la calle de la Trinidad en el padrón citado de 1566.

El nombre de esta vía no tendría seguramente más encumbrado origen que el de haber construído alguna casa y pasar a habitar en ella algún descendiente de este solar.

La "Calle de Amasorrain", se hallaba próximamente continuación de la actual calle de la Pescadería, en dirección a la calle de San Jerónimo. Derribando los edificios de la citada calle y los de la calle de Embeltrán, se abrió el año 1722, la actual Plaza de la Constitución, como se dirá más adelante al hablar de ésta.

En la indicada fecha, desapareció la vía pública de aquel nombre , que ya no existe.

(D. SERAPIO MÚGICA - "Las calles de San Sebastián. Explicación de sus nombres")

CALLE DE AMARA

Sin duda para perpetuar el nombre de Amara, que de muy antiguo lleva el barrio que ocupa hoy el extremo del ensanche meridional, se acordó en sesión de 16 de Noviembre de 1891, imponer esta denominación a una de las vías de aquel paraje.

Llamaban así los vecinos de aquel lugar a la calle que comienza en la Plaza de Easo, y se dirige a los lavaderos de Arroka, y por acuerdo de 8 de Marzo de 1816 se dispuso que se colocara la placa con dicho rótulo.

(D. SERAPIO MÚGICA - "Las calles de San Sebastián. Explicación de sus nombres")

domingo, 1 de diciembre de 2013

CURIOSIDADES

Fueron aquellos años -1925, 1926, 1927- de crisis económica que en San Sebastián se hacía sentir más en la vida comercial de la Parte Vieja.
Se había suprimido el juego en el Casino, que irradiaba sobre los comercios modestos de la Parte Vieja benéfica influencia, decían los comerciantes.
Después fue el cierre del Teatro Principal,"el viejo y glorioso edificio, donde han quedado enterradas las alegrías, los amores, las más sentidas emociones de varias generaciones de donostiarras".
Después fue el traslado del Regimiento de Sicilia de los Cuarteles de San Telmo a los nuevos de Loyola, "cuya convivencia con el vecindario de la Parte Vieja proporcionaba a ésta animación y vida".
Los koskeros se dirigían en abril de 1927 al Ayuntamiento, no para que se abriese de nuevo el Casino ni que el vetusto San Telmo albergara de nuevo a los soldados, sino para que se restaurara y que se pusiera en explotación el Teatro Principal, pues ello "aliviará la situación de la Parte Vieja de la ciudad, tan digna de apoyo, como constituirá una saneada fuente de ingresos, no solamente a las arcas municipales, sino a las de la Beneficencia".
Firmaban la solicitud medio centenar de koskeros, entre ellos Germán Cendoya, presidente de la Unión Artesana;Mauricio Echaniz, presidente de Euskal Billera; Luis Irastorza, presidente de Gaztelupe ....
El Principal fue restaurado y abierto .... unos años después.
El 21 de Abril de 1927 fueron desembalados los diez cuadros legados al Ayuntamiento donostiarra en su testamento por don Luis de Errazu y Rubio de Tejada.
Los cuadros fueron llevados al Museo Municipal y estaban valorados en medio millón de pesetas.
Eran los siguientes: Boceto al óleo "Muchacho desnudo acostado boca abajo en la playa de Portocí", de Mariano Fortuny, con un artístico marco de ébano; cuadro al óleo titulado "Estanque en una casa árabe", del mismo autor; otro óleo de Raimundo de Madrazo titulado "Figura de medio cuerpo con blusa blanca"; de Martín Rico era uno titulado "Vista del Sena en Croissy", y otro una vista  del gran canal de Venecia; el séptimo era un "Retrato de Canga Argüelles", pintado por Vicente López; otro era un óleo de Villegas, "Mujer con falda amarilla"; el noveno era un Cristo atribuido a El Greco y el décimo un retrato al óleo debido al pincel de Eduard Dubupe, fechado en el año  1868, al pie del cual estaban las iniciales J.M.E., y aunque estas iniciales no coincidía con las del donante, Luis Errazu, se suponía era un retrato del testador .

DV-R:M:-19/4/1996

CURIOSIDADES

El largo y aburrido otoño e invierno lo combatían en 1883 los donostiarras de diversas maneras. Una de ellas eran los bailes. Abundaban, sobre todo los sábados y domingos. El 2 de diciembre de 1883 hubo tres, todos ellos muy concurridos. Uno en la elegante Tertulia de Recreo con acompañamiento de canto. 
Esta sociedad era la que más actividad desplegaba entonces. Otro baile, en la alegre Fratenal, popular sociedad que junto con la Artesana organizaba muchas fiestas. En este baile hubo acompañamiento coreográfico. Y el tercero en el Teatro Variedades, que se hallaba en la Calle Igentea, donde poco después se levantaría el Gobierno Militar. Según decía el peródico El Eco de San Sebastián, la orquestra que en este teatro actuó era afinada y en el baile hubo un surtido ambigú.
El citado periódico escribía al llegar diciembre que se trataba de "resucitar" aquel año la Misa del Gallo, el día de Nochebuena, costumbre que había desaparecido de San Sebastián a causa de los escándalos que se registraban. Y decía que "teniendo solamente abiertos los postillos de los atrios y ejerciendo rigurosa vigilancia los agentes de la autoridad a la vez que estando profusamente iluminado el interior, podría evitarse el más pequeño altercado".
Como se ve, los gamberros abundaban en aquellos tiempos, y el periódico constantemente denunciaba sus actuaciones. Uno de los lugares en los que se manifestaban era en las casas de Gorriya y en las de Ategorrieta, donde era constante la gritería y el espectáculo de taberna, en sus intermedios de cante flamenco, unas juergas que hacían imposible que las señoras y los niños pasearan por la bonita campiña. En las tardes de los domingos los "templos" de Baco ofrecían un aspecto indigno de San Sebastián.
En la calle Garibay, esquina a Peñaflorida, edificio hoy de la Caja de Ahorros, había en 1883 un gimnasio municipal que dirigía Marcelino Soroa, el escritor y poeta. Allí acudían muchachos que querían hacer realidad el mens sana in corpore sano de los antiguos. Los alumnos de este gimnasio adquirían un envidiable desarrollo a la vez que llegaban a hacer ejercicios propios de consumados artistas.
El caserío Artola, situado en lo alto que domina la vega del Antiguo, acababa de ser reconstruido aquel año. Durante la segunda guerra carlista, la colina estuvo ocupada por una batería que respondía al fuego de los cañones del célebre reducto legitimista de Ventasiquiñ. Del caserío sólo quedaron en pie las cuatro paredes y el tejado.

CURIOSIDADES

El primer anuncio de la próxima llegada de las Navidades aparecía en los escaparates. Junto a otrsas golosinas, allí estaba en cajón o en barras el turrón, teniendo a su lado las olorosas aceitunas, las encendidas granadas, las peladillas bien envueltas en su capa de azúcar, los anises confitados, la garrapiñada, todo ese mundo de delicias.
Al turrón le siguen el ejército de botellas y capones, de fiembres y pavos, de frutas sabrosísimas, de manjares incontables. Si en los días de Navidad sabe mejor el turrón, ¡qué deseado es siempre!¡Qué dulce es gustar siempre un cachito del azucarado postre!.
La llegada del turrón era saludada en los periódicos de hace un siglo, que daban cuenta de que establecimiento había sido el primero en ponerlo en sus escaparates, como aviso urgente de que las Navidades estaban llegando.
El cine llegó a nuestra ciudad hace un siglo. Entonces se llamaba Cinebiógrafo y las sesiones que daban eran cortas pero variadísimas. Vea el lector el programa que anunciaba el Cinebiógrafo Lumiére para el domingo 8 de diciembre de 1901.
Primera sesión, a las 4 de la tarde : escenas cómicas. Magia moderna. Gabinete encantado. En la ratonera. El diablo en el convento. Regalo: rifa de una carabina Eureka.
Segunda sesión, a las 5 de la tarde: Escenas marítimas. Seis retratos una peseta. Los apuros de don Cleto. Pirámides humanas. La luna, a un metro. Regalo: rifa de un servicio de porcelana para su muñeca.
Tercera sesión, a las 6 de la tarde: Desfiles militares. Baile en el Olimpia. Entierro de la reina Victoria. Llegada de un tren. La Cenicienta. Regalo: rifa de un tren.
Cuarta sesión, a las 7 de la tarde : Escenas infantiles. Danza de fuego. La portera burlada. Episodios del Fausto. Corrida de toros. Regalo: rifa de una preciosa muñeca.
El cinebiógrafo de Bellas Artes, aquellos primeros días de diciembre de 1901, proyectaba Noel y anunciaba La caperuza roja, el popular cuento que todos los niños conocían, para los próximos días. Antes había proyectado la Cenicienta y Juana de Arco.
Por aquellos días, en un par de escenarios hacían sus galas y su modo de retorcerse siete u ocho chiquillas "de esas que van de bellas".
Con la cabeza coquetonamente cubierta por un sombrero, con la vistosa falta de colorines "previamente recogida como si estuviera pasando a pie un río, y el pañolón de Manila rodeado al cuerpo", comienza la suerte del tirabuzón, o sea, la del sacacorchos.
Aquellas chicas se retuercen, hacen cosas raras con los pies, con las manos, con todo el cuerpo, volviendo locos a los espectadores.