lunes, 1 de enero de 2018

Luces de Navidad y otras luces

HOJA DEL LUNES.1 de ENERO de 1968

Luces de Navidad y otras luces.


Cuando vemos las grandes iluminaciones y los no menos grandes árboles de Navidad -o de Noel , si ustedes quieren- con que grandes y pequeñas ciudades engalanan sus calles, plazas y avenidas con motivo de la época navideña y de Año Nuevo, nos da pena contemplar la modestia con que San Sebastián engalana las suyas.
Digamos que la discreta iluminación indirecta que lucen el Monte Urgull, la Casa Consistorial y la fachada principal de la Catedral del Buen Pastor los sábados, domingos, días festivos y sus vísperas constituyen un tan a favor de nuestro Ayuntamiento. Elogio se merece, también, el "belén" de la Plaza de Guipúzcoa, por lo original del mismo y el poético marco en el que se desarrolla; pero se nos antoja que eso no es mucho para una ciudad como la nuestra. Tanto más cuanto que otros años se prodigaron más iluminaciones y se izaron, no sólo en la Plaza de España, sino en diversos otros lugares de la ciudad, árboles navideños, más o menos grandes o pequeños, que, digan lo que quieran, hacen tan bonitos y hasta un tanto entrañables aquellos en los que, de noche, rompen con las luciérnagas  de sus temblorosas y polícromas lucecitas la lobreguez habitual de determinados ámbitos urbanos.
No quiero, deliberadamente, hablar de las ciudades extranjeras en las que, en razón de estas fiestas, el derroche de luz y el prurito y alarde decorativos de sus arterias nos parecerían aquí exagerados, con este absurdo concepto de austeridad en los gastos que nos ha invadido de unas semanas a esta parte, ahorrándonos, como vulgarmente se dice, el chocolate del loro. En tanto, Guipúzcoa se ha permitido el lujo de jugarse a la lotería de Navidad por el orden de los cien millones de pesetas, cuando con solas cien mil o doscientas mil San Sebastián, la capital de todos los guipuzcoanos, podría estos días resplandecer como el sol. ¡Qué se vea en algo rutilante que somos los de la renta "per cápita" más alta!
Tanto mal hay en el despilfarro como en la tacañería. Una ciudad tiene el deber de ser y de mostrarse alegre, sobre todo, en las fechas, efemérides y circunstancias que así lo requieran. Una ciudad triste es una ciudad enferma y debe medicinarse. La alegría de las ciudades es signo de salud. Los niños deben acostumbrarse, desde su más tierna infancia, a tener de la ciudad un recuerdo fantástico, centrado en determinados días, horas, ámbitos y circunstancias. Los fuegos artificiales, por ejemplo, no son una tontería. La misma Feria de Santo Tomás podrá haber decaído mucho y, sobre todo, haber cambiado de fisonomía; pero, una vez al año aunque no haya más que ofrecer a la pública expectación que la famosa "chistorra", los "chilibitos", algunos capones bien cebados y un "chancho" morrocotudo, fuera de serie, contribuye a que esa fecha y esa fiesta sean esperadas con cierto anhelo por de criaturas y de padres gustosos en alegrarse en la ingenua e ilusionada alegría de sus retoños.
Creo haber dicho en más de una ocasión que no ya la iluminación e iluminaciones, sino el alumbrador general de nuestra ciudad es más bien mortecino, aunque muy equitativamente distribuido. No sucede aquí lo que en otras ciudades,  cuyo centro resplandeciente contrasta con la penuria de luz de sus barrios más o menos excéntricos; pero el hecho es que aquí resplandeciente, por decirlo así, no hay nada; excepción hecha de la iluminación de la playa los días veraniegos, en los que no creemos vaya a jugarnos una mala pasada el próximo verano eso de la austeridad. Las ciudades, de noche, lo son todo, urbanísticamente consideradas, en razón de su alumbrado público y privado. Hubo un tiempo -lo conocí yo- en que a San Sebastián, como a París, se le llamaba la "Ciudad Luz". Creo que alguno de sus alcaldes, si no a la hora de la muerte, sí a la hora de la siesta repetía a la sazón las últimas palabras de Goethe: "Luz, más Luz".
Así, por ejemplo, esa tristona plaza de Bilbao, ganaría mucho de noche si, además de mejor o más intensamente alumbrada, dejara ver iluminada la parte lateral de su crucero al oriente de la catedral. Con muy poco dispendio, el efecto para quienes llegan por ferrocarril, y pasan por dicha plaza, seria muy otro del mortecino que hoy ofrece.
Esto de la iluminación indirecta de la fachada principal del Buen Pastor me recuerda la desagradable entrevista que tuve con un teniente de alcalde, hace ya una decena de años, aproximadamente, cuando se la propuse, alegando el sombrío efecto que el fondo de la calle de Loyola ofrecía desde la Avenida, arteria por la que transitaba todo el turismo local. Tan no lo entendía el así que, por echar abajo mi idea, no se le ocurrió cosa mejor que decirme que lo mejor que podía hacer esa "birria de catedral", arquitectónicamente considerada, era venirse abajo o derribarla. Hechos posteriores han demostrado que yo tenía razón, y no él,pues, por modesta que sea su arquitectura, la iluminación, directa o indirecta de la torre del Buen Pastor hace su efecto a efectos de la decoración nocturna de la ciudad.
Pero estas ideas suelen abrirse difícilmente camino si no se le ocurre al edil de turno. Hay personas a quienes aceptar ideas ajenas les parece poco menos que humillante. Pero la verdad es que todo grande hombre no lo es tanto por lo que a él se le ocurre cuanto por lo bien que sabe encajar las ideas ajenas o de aquellos que saben lo que se traen entre ceja y ceja, bien sea por su edad, su ciencia o su buen gusto.
UN DONOSTIARRA.

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