13.-LA DONACIÓN A LEIRE
En la época de crisis que fue la Edad Media, los monasterios se convirtieron en salvaguardia de la cultura. Los libros, científicos y literarios, la música, la pintura y los documentos antiquísimos se refugiaron entonces en los conventos, o mejor dicho, en los cenobios de monjes, huyendo de toda clase de destrucción. Allí se sabían seguros y en ellos permanecieron hasta la llegada de tiempos de paz, como vosotros os escondéis debajo de un cobertizo hasta que pasa el chaparrón y podéis volver a vuestros juegos.
Precisamente por esos monasterios nos es posible conocer la cultura antigua. Porque los monjes estudiaban mucho, cuidaban muy bien los documentos y los copiaban y entregaban a otras comunidades.
Y aquí está la razón del por qué conocemos tan poco de la historia donostiarra de aquellos tiempos: por la inexistencia en Guipúzcoa de grandes e importantes monasterios.
No es de extrañar que las primeras noticias de Guipúzcoa en la Edad Media se encuentren relacionadas con la donación hecha por el rey Sancho el Mayor de Navarra de «un monasterio que llaman de San Sebastián, junto al litoral del mar, en los límites de Hernani».
No se sabe la fecha exacta de la donación. La del año 1014 es la más comúnmente aceptada.
Los historiadores han llegado a una conclusión importante: el texto del original fue muy adulterado, muy cambiado. Este peligro lo han corrido todos los documentos que conocemos a través de copias, como después veremos al hablar del Fuero.
Pero a pesar de esto, su contenido está considerado válido por una enorme cantidad de copias y por un reconocimiento y admisión seculares.
Aquel monasterio -que existió sin duda alguna- habrá servido de punto de reunión de todos los caseros de una zona muy amplia y muy dispersa. Veremos más tarde, al hablar del Fuero, cómo esta Ley se otorgó para reunir o unificar de alguna forma aquellas agrupaciones.
Si imaginamos el son siempre alegre de una campana los domingos y grupos de aldeanos camino de la iglesia del monasterio para oir en él la Misa, estamos en lo cierto.
Allí irían las madres con sus niños desafiando al viento, la lluvia o la nieve, por caminos próximos por donde ahora van y vienen trolebuses, coches, motos y bicis.
Esa misma bahía estaría entonces deshabitada, mezclándose las arenas con las aguas, como hoy, pero el campo con la arena. Dejemos el campo sin una sola edificación de las que hoy vemos: ni casas en la Concha, ni en la calle de Hernani, ni en el barrio de San Martín. Unos caseríos dispersos, más apiñados en la zona del Antiguo; una enorme extensión donde se mezclaban las aguas del Urumea y las del mar -actual Plaza de Guipúzcoa y amplias zonas cercanas- y al fondo, encerrada en sus muros, San Sebastián, con su puerto y su Castillo.
La donación -o regalo del Monasterio la hizo el rey Don Sancho y su esposa Doña Mayora agradecidos al monasterio de Leyre porque en él se venía enterrando a sus antepasados. Ya el mismo rey dice que muy grande -es decir, muy importante- es siempre la razón de una donación. Y en su caso lo era, y además piadosa y ejemplar.
Sobre este monasterio se ignora todo. No ha quedado rastro alguno, ni de piedras, ni tan siquiera algún libro que en él se haya trabajado.
Parece que estuvo al lado del mar. Así lo dice el documento de la donación: «...se halla a riberas del mar». Es muy probable que estuviera donde hoy está el Palacio Real, en lugar un poco más alto.
Nada se sabe tampoco sobre si era grande, o cuántos monjes habitaban en él, o si existió muchos o pocos años.
Como todo ha sido conjeturar, se ha pensado si serviría para alojar a los peregrinos de Santiago de Compostela. Si sería acaso una agrupación de refugios aislados de muy débil construcción (lo que podría explicar la falta total de rastro de ruinas o cimientos). E incluso si habría sido una agrupación de casas de reclusión.
Estas casas de reclusión eran unas cárceles, unas celdas pequeñísimas, donde un hombre, o una mujer, se metían por propia voluntad, y donde no salían a veces jamás, pues allí morían. Una procesión de hombres y mujeres acompañaba al recluso-cubierta la cabeza con una capucha si era hombre, con un velo si era mujer-. Sonaban las campanillas, cánticos y rezos. No volvían a tener contacto con el exterior. Tan sólo un agujero en la parte de arriba permitía echarles por allí la comida. Durante la Edad Media hubo mucha gente entusiasmada con estas casas de reclusión, a donde iban, por ejemplo, a causa de una impresión la muerte del padre o de la madre de un desengaño o también para conseguir una vida de mayor perfección, rezando mucho o mortificándose sin cesar.
Así pues, el documento de la donación tiene una importancia definida porque aporta unos datos históricos sobre San Sebastián. Y porque nos da un detalle -el monasterio- que nos servirá de puente para enlazar San Sebastián con un hecho característico de los años 1100 al 1600: las peregrinaciones.
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