lunes, 27 de marzo de 2023

17.- MONARQUÍAS NAVARRA Y CASTELLANA Y SAN SEBASTIÁN

 17.-MONARQUÍAS NAVARRA Y CASTELLANA Y SAN SEBASTIAN


Tenían razón sobrada los reyes en estimar a San Sebastián por la fidelidad con que siempre les servía.


Vamos a hacer un recorrido necesario y breve para conocer la relación entre San Sebastián y las Monarquías a las que perteneció.


754-Reina Alfonso I el Católico. Se acentúa entonces la protección de los pueblos con fortalezas. Tened presente que la época es dura. Son los años en que los cristianos, refugiados en los montes de Asturias, libran los primeros combates de su independencia contra los moros.


Es frecuente la tortura, el marcar con hierro al rojo a los enemigos, el cortar las manos de los prisioneros con golpes de hacha.


El paisaje de la provincia va cambiando y las torres y las fortificaciones afean la belleza de la Naturaleza.


760. Los cántabros se rebelan contra el rey Fruela. El monarca asturiano llega hasta aquí, y en una razzia de cautivos se lleva a una vascongada -Munia- a la que hará reina, según afirmación de Sebastiano, Obispo de Salamanca.


La amenaza normanda, que asoló Europa con invasiones y ataques por sorpresa, no resultó desconocida en estas latitudes. Desde Bayona hasta Guipúzcoa se sufrieron estos ataques, lo mismo la totalidad del Cantábrico.


Una época de trueques va a seguir. Vosotros jugáis a trueques cuando cambiáis una canica por una chapa, o un cromo por un caramelo. Castilla y Navarra trocaron varias veces Guipúzcoa. La primera al agregarse Guipúzcoa, entonces navarra, al Condado de Castilla, cuyos jefes residían en Burgos, dependientes de León. Fue esta la primera vez que Castilla se asomaba al Cantábrico.


Al morir Sancho el Mayor repartió el reino entre sus hijos. Nuevamente entonces se hace Guipúzcoa navarra. En 1014, el documento llamado donación a Leire prueba que San Sebastián permanece unida a Navarra.


En 1076 Sancho el Noble es arrojado desde una peña. Con su muerte, Alava y Guipúzcoa vuelven a Castilla y Navarra pasa a depender de Aragón.


Esta situación, realmente artificial, la concluye aquel valeroso e inquieto García Ramírez, figura simpática, Príncipe de la real estirpe, con el que en 1135 se reintegra Guipúzcoa a Navarra. Más tarde Sancho el Sabio concederá a San Sebastián su célebre Fuero, prueba de que entonces la provincia dependía de Navarra y razón bastante para que la Ciudad dedique a aquel monarca una Avenida prometedora e importante.


Pero al fin, en 1200, una guerra originada en discordias familiares llevará Guipúzcoa a Castilla a consecuencia de una serie de afortunadas campañas que inició Alfonso VIII de Castilla contra Navarra y que le valieron la conquista de Alava y la sumisión de Guipúzcoa.


Desde entonces San Sebastián dependió de Castilla, y le fue leal.


San Sebastián recibe a Alfonso VIII como a un libertador. No debemos pensar que el yugo navarro resultó pesado, pero sí que Sancho VII de Navarra fue arbitrario y que por eso se atrajo las enemistades y los rencores.


Reconoció el monarca castellano todos los privilegios que poseía entonces San Sebastián y concedió una escritura con nuevos beneficios, algunos curiosos, por ejemplo: que la pesca de mar o de río fuera libre y que en caso de guerra con moros se le debería ayudar con entrega de caballos, armas y sueldos.


Alfonso VIII fue el primer rey que se estableció en San Sebastián con su corte con carácter residencial.


Fernando III el Santo (1217-1252) estuvo empeñado en terminar la reconquista del Sur. San Sebastián intervino con sus navíos en la conquista de Sevilla. Dondequiera que los barcos donostiarras se encontraban dejaban bien alto su bandera. Con aquellos navíos se rompió el grueso puente por donde los moros metían en la ciudad de Sevilla sus bastimentos. Golpe a golpe, con tremendos topetazos, los donostiarras deshicieron aquel baluarte enemigo.


En 1280 el rey Alfonso X el Sabio visita San Sebastián. El 30 de junio de 1278 había ardido la Ciudad -San Sebastián fue propicia a los incendios- y el monarca ayudó a su reconstrucción. En su reinado (1252-1284) se comenzó a usar el castellano como idioma oficial de los documentos.


Sancho IV (1284-1292) visitó dos veces San Sebastián, en 1286 y 1290. Hizo dos cosas importantes: conceder un privilegio al monasterio extramuros de San Bartolomé, por el que ponía a sus canónigas bajo su custodia, y conceder a los comerciantes navarros autorización para embarcar sus mercancías en San Sebastián en vez de en Bayona.


Para el desarrollo marítimo y comercial de la población, de aquella minúscula Villa que entonces era Donostia, esa concesión es de una importancia capital y marca la iniciación de un futuro desarrollo, base de nuestra historia.


Fernando IV (1295-1312) continuó durante su reinado colmando a San Sebastián de privilegios. Todos respondían a una razón: por un lado, la fidelidad donostiarra a la Corona que la regía, y por otro, la gratitud cada vez mayor de los reyes por aquella lealtad y servicios.


Alfonso XI (1312-1359) concedió a San Sebastián un notable privilegio: a los vecinos de la Villa no se les obligó al pago de un impuesto que afectaba a los entonces llamados portazgos, diezmo, sobrado y rediezmo. Y el de la asadura o derecho que se satisfacía por el paso del ganado, llamado así porque se contribuía con una asadura por cierta cantidad de reses.


Fue bajo aquel reinado cuando se autorizaron los molinos de viento dentro del palenque y cercas de San Sebastián. Imaginemos nuestros alrededores animados con esas largas y flacuchas siluetas de los molinos.


El sitio de Algeciras -el suceso más importante del reinado va a ser nueva ocasión para que los navíos donostiarras destaquen en aquella batalla.


Conocidas son las razones de aquella triste guerra entre hermanos, Don Pedro el Cruel (1350-1369), hijo de Alfonso XI, y el Conde de Trastamara.


Don Pedro, huyendo, llegó a San Sebastián con veintidós navíos, hinchadas las velas, rompiendo las aguas con sus quillas. De aquí partió hacia Bayona, buscando, cegado por mil malas pasiones, apoyo francés para pelear contra Don Enrique.


La guerra terminó trágicamente con la muerte de Don Pedro en el campo de Montiel, atraído a la misma tienda de Don Enrique, su hermano.


Es entonces cuando en un ejemplo de extraordinaria fidelidad, los navíos donostiarras no se apartaban de la embocadura del río Guadalquivir «en guisa que Sevilla no havía la mar suelta>>.


Con este suceso, ocurrido en 1369, nuestra Ciudad se adorna con una gran virtud, la fidelidad. Tanto más cuanto para entonces aquel rey -Don Pedro- había perdido la vida.


Enrique II (1369-1474), hermano y rival de Don Pedro, lejos de castigar a San Sebastián por lo que podía haber encontrado de arrogancia u hostilidad en el gesto donostiarra, continuó protegiéndola. Nuestra Ciudad le devolvió afecto por antigua oposición y las relaciones entre la Corona y la Villa continuaron firmes e íntimas.


Más podría decirse de Juan I (1374-1390) y Enrique III (13901406), en cuyo reinado, en 1401, una plaga de peste dejó la Villa desierta al hacer huir a los habitantes hacia los caseríos y los montes.


Juan II (1406-1454), Enrique IV (1454-1474) -pacificador de las luchas entre gamboinos y oñazinos que tanto hicieron padecer a la Provincia- mantienen todos los privilegios y el último otorga uno más, el llamado Arancel de Cayaje, que beneficiaba a la Villa por todos los géneros que se introducían en su puerto de comercio.


Los Reyes Católicos (1474-1504), aureolados en todos los textos, monarcas nobles y cuyo reinado se estudia a gusto, autorizaron aquí las primeras construcciones de piedra, ya que otro incendio, en 1489, había reducido la Villa materialmente a pavesas.


Cuantas veces veáis en mapas o grabados el Cubo Imperial pensad en Carlos V (1500-1558), el de Yuste, la Reforma y los relojes en punto. Aquel pico de piedra que era el Cubo reforzaba aún más la muralla donostiarra, disparado hacia adelante como un dardo, como una flecha. Podéis situarle en la posición ideal del actual Boulevard y Plaza de Guipúzcoa. Y a Carlos V debe también San Sebastián el título de Noble y Leal que le fue concedido en 1522.


Felipe II (1527-1598), el austero monarca de El Escorial y del Imperio donde nunca se ponía el sol, conoce también la ayuda de San Sebastián en sus grandes empresas. Ya hemos visto cómo la Ciudad colabora en la Gran Armada, conocida después con el nombre de Armada Invencible. Lo mismo podríamos decir con lo sucedido en Gravelinas.


Terminemos esta cita -que vosotros debierais completar con vuestros textos de historia española con una preciosa y gráfica descripción de cómo recibió San Sebastián a Felipe III (15781621) cuando, en 1615, llegó aquí acompañado de su hija, camino de Francia:


«Fue mucho de ver la entrada de Sus Majestades. Llegando el Rey a una altura llamada el pie de la corona (cuesta de San Bartolomé) paró mirando con mucho gusto aquel sitio tan peregrino de la Villa y de la mar. Había en el arenal gran número de gente natural y forastera, y formados escuadrones con 3.500 infantes lucidísimos, y en La Concha, estaban muchas chalupas y bergantines armados, algunos navíos con mucha artillería y llenos de banderas, flámulas y estandartes tendidos, como en las murallas. Haciéndose una señal con humo desde la montaña, respondió la Villa con una pieza, y al mismo punto la Arcabucería del Castillo, la Artillería, la Infantería del Presidio, las Arcabucerías y Mosqueterías de los Escuadrones, la Artillería de los Navíos, haciendo lo mismo las Chalupas y Bergantines que andaban por La Concha escaramuzando unas con otras. Después de haber dado la segunda carga, comenzó S. M. a bajar la cuesta».


Por lo visto el rey se detuvo en el alto de San Bartolomé, llamado entonces Pie de la Corona. Debía ser punto estratégico desde el cual la Villa ofrecía una contemplación bellísima.


Es fácil imaginarla: los arenales, las marismas a la derecha, el río ancho y extenso, el prado verde, las líneas de las murallas y dentro de ellas las casas, las torres chatas de las iglesias, el puerto y el monte Urgull dominándolo y protegiéndolo todo.


En ese mismo alto se detuvieron muchos visitantes. Habrá terminado por ser un lugar famoso, como ahora el mirador del monte Igueldo.


He aquí un dato curioso: el tren real llevaba en aquella visita 74 coches, 174 literas, 190 carrozas, 548 carros, 2.750 mulas de silla, 128 acémilas con reposteros bordados, otras 246 acémilas, 1.750 machos con cascabeles de plata y 6.500 personas de tolde en toldo...


Finalmente, a Felipe IV (1605-1665), reservaba la Historia conceder a San Sebastián el título de «Ciudad» en recuerdo de la Paz de los Pirineos (1659) entre Francia y España, con cuyo motivo el rey también estuvo aquí.


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