3.-ALREDEDORES DONOSTIARRAS
Posiblemente que en alguna excursión habréis descubierto un paisaje que de tan maravilloso no se os olvida con facilidad
Y es que, encadenados como estamos al cemento de la calle y a las grandes edificaciones, la inclinación por la Naturalez -el cielo, el mar, los ríos y los montes- que todos sentimos nos domina en los momentos en que podemos disfrutar de ella Del campo volvemos a la ciudad un día de fiesta o excursión fortalecidos y tonificados, como más repuestos.
De la deliciosa contemplación de la Naturaleza podían disfrutar ampliamente los donostiarras de aquellos siglos XI y XII Cuanto mayores son las poblaciones, más terreno roban a la Naturaleza. Y las ciudades acaban así careciendo de un rinconcillo donde cante un ruiseñor o donde una débil hoja murmure viento.
El valle del Urumea, cercano a San Sebastián, era feracísimo. Las colinas estaban materialmente recubiertas de toda cla se de árboles: robles, olmos, castaños y hayas, fresnos y acacia:
Formaba este arbolado extensos bosques que proporcionaban madera, y frutos para alimento del ganado. El viento lo removía y despeinaba en las noches de temporal, y la lluvia goteando entre tantas ramas, refrescaba al fin los zarzales, argoma y las azucenas silvestres.
Una variedad también muy grande de aves poblaba arbolado. Las becadas, por ejemplo, gustaban mucho de esta la titud, y por aquí detenían su poético viaje desde el septentrión .No faltaban las avefrías, las avutardas y las malvices.
Era fácil ver en el campo conejos y liebres y, en el río, testáceos, truchas y salmones.
Cuando paséis unos días de premio en el verano en ese pueblecillo de Castilla o de la Rioja, que a veces sólo os parece que tiene una gran fuente y una plaza, y tengáis el prado y bosque al alcance de la vista y del oído, pensad que así era entonces San Sebastián.
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