San Sebastián, en la órbita política de Castilla, permanece al margen de las luchas feudales de los parientes mayores que ensangrentaron la Provincia, a cuya formación contribuye apoyando la Hermandad de 1397.
Estratégicamente situada Guipúzcoa en la órbita castellana sirve de punto de apoyo para las empresas europeas de la corona de Castilla que, con Alfonso VIII, tenía, como hemos visto, intereses territoriales en Francia. Para mejor defenderlos dicho soberano funda las villas de Fuenterrabía (1203), Guetaria y Motrico (1209). Su sucesor Fernando III el Santo refunda Zarauz (1233) y Alfonso X el Sabio da fueros en 1256 a Tolosa, Segura y Villafranca, en 1260 a Mondragón y en 1268 a Vergara, villas éstas en la frontera de tensión con Navarra donde la separación de Guipúzcoa había causado hondo malestar.
Alfonso X se sabe que vino a San Sebastián en 1280 y su hijo Sancho IV lo hizo en 1286 y en 1290 para desde aquí negociar con el rey de Francia. En su segunda visita el monarca tomó bajo su protección al Monasterio de San Bartolomé y confirmó el privilegio que su padre y su abuelo habían dado a los donostiarras de no pagar portazgos en ninguna de sus tierras, con excepción de Toledo, Sevilla y Murcia.
Fernando IV confirmó ese derecho y eximió a San Sebastián de contribuir con barcos a la formación de la Real Armada en 1311.
Alfonso XI confirmó asimismo tales privilegios (1318) y autorizó a construir molinos de viento dentro de las murallas, reguló el anclaje de navíos en la Concha y dio a la villa la exclusiva del nombramiento de Escribanos.
San Sebastián, no obstante estar exenta por su Fuero, contribuyó con varias embarcaciones al sitio que don Alfonso XI había puesto en Algeciras en 1342.
Un día de 1366 más de veinte navíos echaron el ancla en la bahía donostiarra: era la flota en la que Pedro I el Cruel venía a refugiarse en San Sebastián huyendo de sus enemigos los Trastamara. Con el rey llegan sus hijas, sus leales y sus tesoros. Desde San Sebastián irá el monarca a Capbretón para pactar con el Príncipe de Gales y con el rey de Navarra una Liga que le ayudará a recuperar su reino de Castilla.
Aquel soberano tan discutido no olvidará a los donostiarras cuya lealtad retribuye con algunas mercedes. Igual comportamiento tendrá en 1374 su hermano y sucesor Enrique II, cuando al mando de poderoso ejército viene aquí para luego poner sitio a Bayona que estaba en poder de los ingleses. En esa ocasión San Sebastián le ayudó con algunos navíos.
Juan I, durante cuyo reinado se agudizan en el País Vasco las luchas feudales, confirma las Ordenanzas dispuestas por las villas guipuzcoanas reunidas en Junta en San Sebastián (1379) para que nadie apoye a los banderizos; y confirma también el privilegio de los 3.000 maravedises del diezmo viejo destinados a la conservación del guardamar y fortaleza donostiarras.
La rivalidad entre Oñacinos y Gamboinos había creado un clima de terror en la provincia en medio del que San Sebastián, que no se inclinó por ninguna de las parcialidades banderizas, era como un oasis de paz.
Para defenderse frente a los Parientes Mayores que así eran llamados aquellos pequeños señores feudales- las villas guipuzcoanas tratan de constituir en 1375, en 1379, en 1387 y en 1391 una Hermandad, sin que hasta el 6 de julio de 1397 logren tal objeto. En dicho día la Junta celebrada en la iglesia de San Salvador de Guetaria aprueba una Ordenanza en presencia del Corregidor de Vizcaya, doctor Gonzalo Moro, a quien el rey Enrique III había enviado a Guipúzcoa para ver de acabar con la subversión banderiza.
El nombre de aquel jurista y el del monarca castellano merecen figurar con honor en la Historia de San Sebastián, pues habiendo desaparecido en el incendio que sufrió la villa en 1387 el original del Fuero de Sancho el Sabio, Enrique III dio en Valladolid el 14 de abril de 1403 un Diploma validando la copia que de aquel había sacado el Dr. Gonzalo Moro.
Pero la guerra de los Parientes Mayores se recrudeció haciendo necesaria la presencia del rey en Guipúzcoa: Enrique IV llega a San Sebastián el 5 de marzo de 1457, confirma las Ordenanzas de la Hermandad y acaba con el terrorismo desterrando a los cabecillas gamboínos y oñacinos a pueblos del sur de España situados en la frontera con los musulmanes.
En 1463 Enrique IV vuelve a San Sebastián para acudir a entrevistarse con el rey de Francia Luis XI; nota pintoresca en esa visita fue la presencia de cuatrocientos caballeros moros de Granada que formaban la escolta real.
A Enrique IV le debe San Sebastián el haber fallado en su favor el viejo pleito sostenido con Fuenterrabía sobre la pertenencia del puerto de Pasajes.
LECTURA
Y así llegamos al 6 de julio de 1397, día en que por mandato expreso de Enrique III se reunió en el coro de la iglesia parroquial de San Salvador de Guetaria una nueva junta general de las villas de la provincia. Las juntas generales conviene advertirlo aquí- sólo se solían reunir obedeciendo a una orden expresa emanada de la corona. Corrientemente las juntas no tenían este carácter de generalidad que tuvieron, por ejemplo, las de Tolosa de 1375 o estas mismas de Guetaria de que estamos hablando. Y una cosa parecida ocurría también con las hermandades de las villas, que agru paban corrientemente a algunos de los pueblos de la provincia -no a todos y respondían a compromisos de carácter particular, relacionados con determinadas necesidades o conveniencias.
Las juntas de Guetaria fueron presididas por el famoso corregidor Gonzalo Moro -extraño al país por su nacimiento, aunque afincado en Vizcaya por su larga permanencia en esa tierra y por su matrimonio con doña Maria Ortiz de Ibargüen- y a ella asistieron los procuradores de San Sebastián, Mondragón, Fuenterrabia, Rentería, Tolosa, Guetaria, Zumaya, Deva, Motrico, Segura, Salinas, Azpeitia, Eibar, Villafranca, Hernani, Elgueta, Orio, Elgoibar, Usúrbil, Cestona, Andoain, Placencia, Vergara, Villarreal, Azcoitia y Urnieta; y también los de las res alcaldías mayores de Sayaz, Aiztondo y Areria.
La finalidad principal que se propusieron estas juntas fue la de buscar un remedio a los alborotos, discordias y bullicios que ocurrían constantemente en el país, porque los pueblos de la provincia no guardaban la hermandad que entre si habían hecho. Las disposiciones de carácter penal que se adoptaron para castigar a los perturbadores del buen orden fueron muy numerosas y su rigor exagerado muestra hasta qué punto se sentían vejados los paisanos y moradores de las villas por el comportamiento de los banderizos y por la política dominadora de los parientes mayores. En una de estas disposiciones, los señores de las casas fuertes son señalados concretamente como protectores de lo malhechores y guardadores de sus robos."
IGNACIO AROCENA "Oñacinos y gamboínos" (1959)
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