2.-VOCACIÓN MARINERA
San Sebastián, Ciudad levantada sobre la mar y sobre la arena, y como asentada sobre ellas, mira el mar con una íntima compenetración de buenos amigos.
¿Qué se dicen una al otro?
De siempre, el pueblo vasco ha sentido por el mar una innata, indescifrable vocación. Se ha dicho, muy certera y bellamente, que el pueblo vasco ha vencido cuando ha puesto sus bosques en marcha bosques de esas húmedas profundidades guipuzcoanas, sombrías y sonoras- y se ha hecho a la mar con otros bosques de palos y velas...
Además, el mar ha sido para San Sebastián un medio riquísimo de sustento. Pesca y comercio fueron su medio de trabajo y vida durante siglos.
Marinos fueron vascos ilustres: Elcano, tan hombre de mar que dio el primero la vuelta al mundo navegando; Juan de Garay, fundador de Buenos Aires; Legazpi, conquistador de Filipinas; Oquendo, guerrero. En esta historia irán apareciendo con el Urumea, nuestro río, que yo quisiera describiros tan a lo vivo que pudiera oírse el estrépito del martilleo, de las sierras y de los talleres.
¿Por qué esa vinculación de nuestro pueblo con el mar? Es, sin duda, la fuerza de una vocación que existe en los pueblos como en los hombres. Si no, ¿por qué tenéis vosotros una inclinación, una llamada eso quiere decir vocación- hacia tal o cual cosa, o por la música, por leer mucho o por hacer operaciones con números?
El mar es un horizonte lleno de aventuras y de incertidumbre, cercano y sin fin. Para lanzarse a él hace falta valor, porque hay peligro. Y el vasco es temerario y valiente.
Y el mar es también la contrapartida de ese pedazo de tierra seguro, pacífico y firme el caserío donde reina la laboriosidad -otro de los patrimonios de la raza vasca, pero en donde el horizonte es estrecho y el alma del vasco -incansable, guerrera-se ahoga.
Frecuentemente, en cualquier callejuela de la Parte Vieja, dentro de un bar, cantan cuatro o cinco hombres. Muchas de sus canciones hablan del mar. El alma vasca lo ha exaltado en su música con entusiasmo, con sinceridad y con gratitud. Para el vasco, el mar ha sido «elemento hermano del pensamiento y lecho azul de la imaginación»>.
Cuantas veces le vemos tan próximo y manso en La Concha, o tan embravecido en el Rompeolas, podemos pensar que él ha sido sustento de la economía de nuestro pueblo, escenario -que al final quedó pequeño por donde sembró sus virtudes, lecho sobre el que creció nuestra ciudad.
Tanto se compenetra con quien -como vosotros le oye y le respira desde la infancia, que no sentirle tan cercano acaba por ser la mayor pena y la más triste carencia.
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