sábado, 25 de marzo de 2023

EXCURSIÓN ESCOLAR (XI)

 San Sebastián, que nace junto al mar, en él encuentra el camino de su prosperidad y de su gloria.-Los puertos que tuvo y los que pudo tener nuestra ciudad.Las industrias marítimas florecieron en los arenales donostiarras y en las orillas del Urumea.


Hemos dicho que el Fuero de Sancho el Sabio fue el primer Código de Comercio Marítimo que hubo en España. Sus disposiciones acreditan que nuestro pueblo, como la mitológica Venus Afrodita, nació de las aguas y en ellas -en el río y en el mar encontró su vida y su destino.


En aquellos años del siglo XII cuando los gascones de Bayona se establecen aquí acogidos a la hospitalidad de los pescadores que vivían en Urgull, el puerto -si pomposamente le llamamos así sería poco más que unas estacas clavadas en el fango de la pequeña ensenada que formaban dicho monte y su prolongación de Puyuelo, nombre que en gascón significaba elevación o montecillo. Pero muy pronto surgirían rudimentarias obras de defensa un guardamar- contra las olas y nacerán a su lado tingladillos para el almacenaje de las mercancías -hasta que se construya la Lonja- que llegaban de fuera o salían para el extranjero.


El Fuero habla de plomo, cobre, estaño, cueros, pieles, pez, cera, algodón, paños de lana y de lino, pimienta e incienso que venían de Francia, de los Países Bajos, de Inglaterra, de Galicia, de Portugal, de Andalucía... Y hacia esos lugares enviábamos lanas, vinos, aceites y trigo de Navarra, de Aragón y de Castilla.


Como quiera que las rivalidades políticas internacionales eran una rémora para la normalidad comercial, se recurría a negociaciones diplomáticas encaminadas a lograr una libertad de los mares beneficiosa para todos; y así en 1351 San Sebastián, que desde 1294 formaba parte de la Hermandad Marítima con Fuenterrabía, Guetaria, Motrico, Bermeo, Castro Urdiales, Laredo, Santander y San Vicente de la Barquera, concluye en Londres un tratado o concordia con Inglaterra; en 1353 firma otro similar con Bayona y Biarritz, otro en 1388 con los puertos de Bretaña y otro en 1432 con San Juan de Luz y Capbreton; política ésta que culminará con el Tratado de paz y amistad que, el 9 de marzo de 1482, firmaron en Londres los próceres guipuzcoanos en representación de la provincia y de los Reyes Católicos. La intensidad del tráfico marítimo atestiguada por esos instrumento diplomáticos exigía seguridades en el puerto donostiarra pues ya en 1318 Alfonso XI había ordenado que cuatro peritos designasen los lugares donde debían anclar las naves en los diversos surgideros con el fin de evitar los muchos naufragios que ocurrían.


Reinando Juan II y con algunos arbitrios que concedió a San Sebastián comenzó en 1450 a construirse el primer muelle. Enrique IV fijó ya un arancel de derechos para las mercancías que llegaban al puerto o salían de él, y en las Ordenanzas Municipales confirmadas por los Reyes Católicos en 1489 se alude a la actividad que tenía lugar en el Puerto Grande o de la Concha y en el Puerto Chico o de Santa Catalina en el Urumea.


La pesca del bacalao y la de la ballena, ocupación preferente de los marinos vascongados, traían gran cantidad de barcos a la bahía donostiarra. Sabemos por datos de las Juntas Generales de Rentería en 1580 que ese año, con motivo de la campaña en Terranova, se congregaron en la Concha de cien a ciento cincuenta embarcaciones.


Catorce años más tarde San Sebastián pedía a las Juntas de Vergara suplicasen al rey la concesión de algún impuesto para la construcción de otro muelle. En 1625 había ya dos y seguían las obras en el puerto de refugio habiéndose desechado un proyecto del ingeniero portugués Texeira de cerrar la bahía con un dique desde la isla a Igueldo.


El 7 de diciembre de 1688 un rayo cayó en los almacenes de pólvora del Castillo de la Mota causando la explosión grandes daños en la ciudad y en los muelles, que fueron reparados por la provincia al siguiente año.


En el siglo XVII decae el comercio marítimo y para paliar sus consecuencias es creado aquí, en San Sebastián, el Consulado y Casa de Contratación, el año 1682.


En 1728 la Real Compañía Guipuzcoana de Navegación a Caracas, una de las empresas mercantiles más importantes de la España borbónica, levantará con su tráfico a Venezuela la decaída vida económica donostiarra. La Virgen del Coro será su patrona y «accionista» y con los beneficios que tal condición le reportó pudo restaurarse la Iglesia Matriz donde se venera.


En 1751, la Guipuzcoana traslada su dirección de San Sebastián a Madrid donde en 1785 deja de existir para fundirse en la Compañía de Filipinas.


La Casa de Contratación y Consulado confía en 1773 al arquitecto Pedro Ignacio de Lizardi el proyecto de cerrar el espacio entre la isla de Santa Clara e Igueldo, de cuya realización se encargará el ingeniero Sánchez Bort; pero tal proyecto no prosperó. En cambio, el citado Bort fue autor en 1778 de la linterna o fanal de Arrobi (Igueldo), cuya luz de 24 pábilos con reverbero se veía de noche desde nueve leguas mar adentro.


La idea de transformar la bahía en un gran puerto se convirtió casi en una obsesión: en 1820 y también por encargo del Consulado, el quitecto Silvestre Pérez trazó un nuevo proyecto, pero comenzada su realización en enero del siguiente año hubo de suspenderse en 1822 por falta de dinero. La ciudad tuvo que mejorar las instalaciones que ya existían al socaire de Urgull, mejoras también proyectadas por Sánchez Bort y aprobadas por R. O. de 25 de mayo de 1775.


Al cabo de un siglo, don Fermín de Lasala -padre del Duque de Mandas- se encargó de terminar las obras del puerto, las cuales aún fueron mejoradas en 1905... Pero el puerto donostiarra hacía muchos años que dejó de ser lo que había sido: uno de los primeros del norte de España. La desaparición del reino de Navarra en el siglo XVI, la apertura del camino directo desde el interior a Bilbao por la Peña de Orduña en el XVIII y las alteraciones políticas y guerras civiles en el XIX, fueron acabando con la vida comercial marítima de San Sebastián, vida que había animado también la floreciente industria, pues en los siglos XV y XVI eran notables los astilleros establecidos en las márgenes del Urumea y en los arenales de la Concha, y famosas en Europa fueron las jarcias, maromas y anclas fabricadas en nuestra ciudad.


LECTURA


"Prescindiendo de los puertos del Urumea, nos ocuparemos ahora del occidental de la ciudad, que es, en la actualidad, el único subsistente.


Seguramente que es a él a quien aluden, tanto el Fuero de Sancho el Sabio de Navarra, cuando concede las exenciones y fija los derechos por las mercaderías que los navios trajeran por mar, como los distintos privilegios reales en materia de navegación que le siguieron en el tiempo durante varios siglos. Pero sería ingenuo el que pensáramos que con privilegios o sin ellos el puerto hubiera sido siempre como hoy.


Antes de que intervinieran los canteros para hacer los muelles que forman la dársena, era puerto toda la bahía de la Concha defendida por la isla de Santa Clara, a cuyo socaire fondeaban las naves y los bajeles, para protegerse del temporal o en espera de la carga y descarga. Por un privilegio de Alfonso XI, de 1318, sabemos que había unas boyas "que estaban en la Concha contra fuera el vocal del dicho puerto", es decir, fuera de la corriente; pero por lo visto, el "diezmero de su Majestad" molestaba con sus imposiciones a los que se acogían a ellas y no "osauan ancorar". Por eso dio Alfonso XI el Privilegio. Don Ricardo Eizaguirre sostiene que "los primeros cuerpos muertos, en número de tres" en la bahía, se colocaron en el año 1830, pero creo que en esto está equivocado.


En los primeros tiempos, debió llamarse a la Concha, Puerto mayor, y, Puerto menor, al surgidero pegante a la muralla, donde andando el tiempo se construiría la dársena, pues de una papeleta sacada del Archivo de San Millán, que me ha facilitado el Cronista de la Provincia, don Fausto Arocena, resulta que en el 28 de Octubre de la era de 1382, año de 1344, la villa de San Sebastián autoriza a doña Remocida Ochoa de Guetaria para trasladar el trull que tenía con doña Aurea y otros en el arenal de la villa entre el puerto mayor e entre el puerto menor" a otro lugar, dejando al otro lado espacio para caminos francos para el servicio del Rey.


Cuando llegara la hora de la carga o la descarga, vararían los barcos en la playa, seguramente junto al caserío de la población, en el Puerto menor, y sacarían una planchada a tierra para la faena. Si queremos hacernos una idea del puerto donostiarra en los tiempos que siguieron al villazgo, bastaría que la busquemos en el espejo de las estampas que evocan los desembarcos de los primeros colonizadores de América, con las naturales variantes en la arquitectura naval.


Más tarde, para salvar los inconvenientes del sistema, se construiría un embarcadero de madera parecido al que hemos visto que proyectaron los regidores de Fuenterrabía para la cala de Asturiaga, en la sesión de 25 de enero de 1609, y, andando el tiempo, un "cay" de piedras sillares, al que pudieran amarrar los barcos con alguna seguridad.


Pero muelles de defensa, guardamares, no los hubo hasta mucho después".


M. CIRIQUIAIN-GAIZTARRO "Los Puertos Marítimos Vascongados" (1961)


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