4.-FERRONES
En esta época de la historia de San Sebastián existía una forma de trabajo que, además de ser de las más antiguas que se conocen, es también sugestiva.
Me refiero a los ferrones, los herreros.
En aquellos años -1200, 1300- las villas estaban casi siempre fortificadas o amparadas por castillos o por monasterios, que protegían a los que vivían en ellas. Con frecuencia los señores y los obispos adquirían así un carácter tutelar.
Por las noches, las puertas de las ciudades se cerraban y ello producía la misma sensación de seguridad que la llave y el cerrojo de una casa.
Fuera de los muros quedaba el monte, el bosque o el llano, solitarios y amenazantes, con sus peligros nocturnos. En ocasiones, ¡cuántos acechaban a los viajeros a los que sorprendía la oscuridad lejos de la muralla de la más próxima Villa!
En sus hondonadas, un grupo de hombres, fuertes, barbudos y desgreñados, con la boina medio quemada en la cabeza, trabajaban en la extracción de la mena.
Vestían una especie de camisón áspero y tosco, atado a la cintura con un cordel. Aquel camisón -obrera- les caía hasta cubrirles los pies, sin duda para evitarles quemaduras del fuego y preservarles del calor de las llamas.
Calcinaban el mineral, que extraían de la tierra, calentándole al aire libre con carbón vegetal y leñas, lo que poseían en abundancia. De este modo convertían el mineral en una masa hirviente, al que refinaban en una hoya cavada por lo común en el suelo, mientras conservaban el fuego avivándole con sopletes. Luego, trabajaban el hierro con trompas, martinetes, cajas de agua y tenazas muy rudimentarios.
No tenían ni grandes factorías, ni pabellones con cristaleras y focos de luz. Aquellos ferrones valentísimos sólo poseían talleres rurales, casamatas pobres sin ostentación ni adelanto técnico alguno. Pero amaban su oficio, tenían vocación por aquel trabajo difícil de dar forma al hierro. Eran artistas. El amor al oficio es la vocación.
De aquellas ferrerías salían obras valiosas de hierros para balcones, en lo que San Sebastián destacó siempre. Y para necesidades puramente industriales los ferrones producían clavazones y chapas.
Corre sobre los ferrones una leyenda vieja -tan vieja como ellos mismos-. Cuenta que había por los bosques de aquella ferrería un gigante que a nada ni a nadie temía. Entró un día en la ferrería y retó a los ferrones que en ella trabajaban sobre el fuego y el yunque. «Ninguno de vosotros es tan fuerte como yo», les provocaba. Enfadó su arrogancia a un ferrón que tenía en ese momento las tenazas en la fragua y con quien el gigante quiso medir sus fuerzas. Pero el ferrón, antes de luchar, le pidió astutamente si le dejaba agarrarle la nariz con los dedos. Como el gigante accediera, el ferrón usó sus «dedos», que eran las tenazas candentes, con las que le arrancó la nariz y le abrasó la cara...
Asegura la leyenda que desde entonces no volvió ningún gigante a molestar a los ferrones en todo aquel contorno.
Hemos dicho que los ferrones eran muy valientes. Y lo eran. Porque estaban solos, muy alejados de la gente, y mucha gente mala les atacaba y envidiaba. Les creían ricos e indefensos. Y era cierto que en las ferrerías se mataban los mejores bueyes y se preparaba la mejor cocina. Tantas veces se les asaltó y robó, a tantos se mató y se hirió, que al fin, en 1366, fue aprobado un Fuero -una Ley- especial que protegió a los ferrones de tantos peligros, castigando a los que les hacían daño.
Como no había carreteras ni ferrocarril, el medio natural de unión entre aquellas ferrerías del alto Urumea y San Sebastián era el río. En aquella época el Urumea vio pasar repetidamente las pesadas «gabarras» llevando, hacia los valles o río arriba, el mineral con frecuencia de Somorrostro-, y río abajo trayendo el hierro ya trabajado por los ferrones.
Nuestro río tomaba así entonces un carácter laborioso y dinámico, íntimamente asociado a la vida de San Sebastián. Fue la vena por donde corría la sangre del Donostia de tiempos muy remotos.
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