14.-¿PEREGRINOS?
El mundo, que fue joven, se va haciendo viejo y tiene también sus edades y sus signos. La Edad Media, sus castillos y sus peregrinos, y el despertar de una fe perpetuada en las catedrales. La Edad de Piedra, sus cuevas, los hombres con hondas, el fuego y los grabados rudimentarios. La nuestra, en la que vivimos, los grandes inventos y el átomo.
No hay cosa más fascinante y que más impresione nuestra imaginación que el hecho rigurosamente histórico y absolutamente cierto, característico de la Edad Media, de la peregrinación, fenómeno que duró siglos a partir del año 1100 y que todavía, con muy distintas formas, perdura.
¿Cómo irían aquellos peregrinos calzados con sandalias, cubiertos con ropas ásperas, barbudos, sucios, cubriendo distancias tan largas como las que existen entre, por ejemplo, Alemania y Galicia?
A pie, desafiando calor o frío, lluvias, granizo y heladas. Teniendo que dormir en malas hospederías y monasterios, sobre paja y sin mantas con que taparse. Expuestos, además, a ser robados, atacados, mal guiados, abandonados, perdidos en el bosque.
Porque no había carreteras llanas y amplías como las de hoy, por donde siempre pasan coches y autobuses. Ellos iban por caminos polvorientos, metidos a veces entre bosques donde cantaban los búhos por la noche o aullaban los lobos. O tan pronto por senderos que bordeaban el mar formando precipicios.
¡Qué mérito el de aquellos romeros que por devoción caminaban tan grandes distancias rezando o cantando, acompañándose con instrumentos como laúdes, orlos, pandoras y flautas de pico, que ya raramente se tocan!
Peregrino se llamó en primer lugar al que andaba fuera de su patria. Luego, más concretamente, al que se dirigía a Santiago de Compostela, porque entre los Apóstoles, Santiago fue el que más se alejó de Jerusalén. Y desde entonces, a los que peregrinaban a Palestina se les llamó palmeros porque volvían trayendo palmas- y romeros a los que visitaban Roma.
Los peregrinos estaban expuestos a mil peligros. Los cambiadores de moneda les engañaban y les daban menos dinero del que ellos les entregaban. Los vendedores también se aprovechaban de ellos, y les vendían a peso pimienta humedecida, porque pesaba más en la balanza. Y hierbas podridas por sanas. No les engañaban menos los médicos con malas boticas, y los mercaderes con ofertas engañosas.
Claro que ante tantas maldades vinieron pronto las leyes para proteger a los peregrinos, con castigos ejemplares a veces azotes para, por ejemplo, el asnero que engañase al peregrino en la distancia de una villa a otra -como si le dijese que entre Bilbao y San Sebastián hay cuatrocientos kilómetros, cobrándole el asno según esa falsa distancia-. Y también al que obligaba a descender al peregrino de su burro con violencia o con engaño.
Surge ahora la pregunta concreta: ¿pasaron por San Sebastián los peregrinos de Santiago de Compostela a través de un camino o ruta principal?
Los autores se dividen. Hay argumentos a favor y en contra y se ha discutido mucho. Veamos.
Sabemos que hubo un monasterio. Y uno de los fines de dichos monasterios en aquella época era albergar peregrinos. Cabe, pues, pensar que pasaron y se cobijaron en él.
Pero a esto responden los contrarios a la existencia del camino principal de peregrinos que los monasterios daban alimento y cama a todos los viajeros, y que con la palabra «peregrino» no se indica exclusivamente a los devotos de Santiago. Todos los transeúntes podían llamar a las puertas de los monasterios. Luego su existencia, por sí, nada prueba.
Alegan los que creen que el camino principal de Santiago pasaba por aquí que los topónimos acabados en «ate»> (puerto de montaña o col) y en «ibia» (vado) pueden proporcionar un trazado de la ruta.
Vosotros conoceréis, sin duda, Santiago-mendi en Astigarraga. Pues ahí tenéis un residuo jacobeo en Donostia, según los defensores de la tesis, con ocasión de las apariciones de unas misteriosas conchas, en las que los apasionados por la ruta jacobea descubrieron señales seguras, hasta que se comprobó que eran tan sólo simples péctenes.
Contra estos topónimos y ermitas contestan los que no creen en el camino principal, que su existencia no es suficiente, porque los peregrinos solían encomendarse a santos protectores del caminante, como San Martín y San Cristóbal.
Los autores se fijan en un argumento más importante: que en general los caminos de los peregrinos seguían los comerciales, por la seguridad que infundían.
Surge así una confusión entre el camino tradicional de Santiago, que pasaba por Jaca y Pamplona, con el de los peregrinos, que era el mismo.
Por otra parte, la ruta comercial entre Bayona y Burgos originó otro camino jacobeo. Este detalle es importante.
Luego si los peregrinos seguían la ruta del comercio, hasta el punto de que éste creó uno para ellos, y por San Sebastián no pasaba entonces el principal -por estar a trasmano-, por aquí no pasaron los peregrinos a través de un camino principal.
Contra esto sostienen los defensores de la ruta jacobea que en muchas ocasiones la vía principal estaba amenazada por guerras e invasiones (por ejemplo, la amenaza mora), y que los devotos tenían entonces que tomar otra ruta más segura aunque menos conocida.
Así abandonarían los dos pasos principales de los Pirineos -Ibañeta y Somport-, que daban acceso a las rutas BurdeosAstorga y a su desviación desde Dax por Jaca, el río Gállego y Zaragoza. Y tomarían el de la costa, por Irún, Hernani y Zarauz, adentrándose en nuestra Provincia.
Como veis, podéis inclinaros por una u otra teoría. Lo mismo a favor de esa visión cautivadora de los peregrinos cruzando los arenales del Urumea, a la derecha la Villa fortificada, a su izquierda los valles, enfrente el Monasterio, como si pensáis que nunca, nunca, hubo semejante visita ni tales devotos por nuestras cercanías, al menos de modo continuo y a través de una ruta permanente.
Quedan, sin embargo, los testimonios de dos viajeros que nos conocieron. Un obispo armenio que en el siglo XV inició su peregrinación a Santiago y que llegó a San Sebastián por Fuenterrabía. Guardó recuerdo imborrable del trato que le dieron en la posada donde se hospedó.
Y el otro, el de un francés, Aymerico Picaud, que también cuenta las impresiones de su viaje en 1140. No se cansa de hablar mal de los vascos. Dice de ellos que se escondían detrás de los árboles y que se abalanzaban sobre el viajero armados de palos, registrándole y apoderándose de todo lo que llevaba.
A todas estas impresiones hay que darles un valor relativo. Porque ¡tantas cosas, a veces pequeñas, pueden influir en que guardemos buen o mal recuerdo de un viaje!
Por eso. Qué vamos a hacer si Picaud lo pasó mal. Otros viajeros habrán quedado agradecidos a nuestra proverbial hospitalidad y caballerosidad, poco efusiva, pero jamás grosera y dañina. Sin duda que muchos cuencos de los devotos se habrán llenado con tocino, jamón o con sopa humeante que manos caritativas les daban diciéndoles de corazón «ondo ibilli», «buen viaje»>.
Ahora bien, ¿habrá sido el paso de peregrinos la razón de que encontremos el nombre de Santiago en nuestros baluartes, vegas, cofradías y portalones? A esta pregunta será siempre muy difícil contestar.
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