Esta sociedad era la que más actividad desplegaba entonces. Otro baile, en la alegre Fratenal, popular sociedad que junto con la Artesana organizaba muchas fiestas. En este baile hubo acompañamiento coreográfico. Y el tercero en el Teatro Variedades, que se hallaba en la Calle Igentea, donde poco después se levantaría el Gobierno Militar. Según decía el peródico El Eco de San Sebastián, la orquestra que en este teatro actuó era afinada y en el baile hubo un surtido ambigú.
El citado periódico escribía al llegar diciembre que se trataba de "resucitar" aquel año la Misa del Gallo, el día de Nochebuena, costumbre que había desaparecido de San Sebastián a causa de los escándalos que se registraban. Y decía que "teniendo solamente abiertos los postillos de los atrios y ejerciendo rigurosa vigilancia los agentes de la autoridad a la vez que estando profusamente iluminado el interior, podría evitarse el más pequeño altercado".
Como se ve, los gamberros abundaban en aquellos tiempos, y el periódico constantemente denunciaba sus actuaciones. Uno de los lugares en los que se manifestaban era en las casas de Gorriya y en las de Ategorrieta, donde era constante la gritería y el espectáculo de taberna, en sus intermedios de cante flamenco, unas juergas que hacían imposible que las señoras y los niños pasearan por la bonita campiña. En las tardes de los domingos los "templos" de Baco ofrecían un aspecto indigno de San Sebastián.
En la calle Garibay, esquina a Peñaflorida, edificio hoy de la Caja de Ahorros, había en 1883 un gimnasio municipal que dirigía Marcelino Soroa, el escritor y poeta. Allí acudían muchachos que querían hacer realidad el mens sana in corpore sano de los antiguos. Los alumnos de este gimnasio adquirían un envidiable desarrollo a la vez que llegaban a hacer ejercicios propios de consumados artistas.
El caserío Artola, situado en lo alto que domina la vega del Antiguo, acababa de ser reconstruido aquel año. Durante la segunda guerra carlista, la colina estuvo ocupada por una batería que respondía al fuego de los cañones del célebre reducto legitimista de Ventasiquiñ. Del caserío sólo quedaron en pie las cuatro paredes y el tejado.
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