ITINERARIO PINTORESCO

 


1ITINERARIO PINTORESCO : "Juan bear degu urrutira".

EFECTIVAMENTE, también por el río de la Historia.hay que ir muy lejos - urrutirá - si se quiere llegar a su fuente.Pero en el caso de San Sebastián - de la M.N. y M.L. Ciudad de San Sebastián resulta más que difícil hallar ese origen. Y no es porque el agua falte, especialmente en lo que los geógrafos llaman "curso bajo", sino porque el nauta que en tal aventura se embarque corre un doble riesgo : el de encontrarse "en seco", pues la vida de este pueblo, como la del Pueblo Vasco, es Guadiana de la Historia que se pierde y desaparece en la tantas veces mentada "noche de los tiempos"; y el de acabar ahogado en el mismísimo diluvio universal, ya que Túbal y su sobrino Tarsis, nietos de Noé, parece que andaban tocando el chistu por estos valles vascongados y pescando "changurroa" en las costas cantábricas.

Muy graves autores pechan con la responsabilidad de tal aserto, que no sería a humo de pajas, pues la Inquisición hubo de intervenir para frenar aquella desbocada carrera histórico-escrituraria hacia el Paraíso Terrenal, meta del más puro de los abolengos.

Como hoy no existe el Santo Oficio, puedo muy bien inclinarme por esa hipótesis bíblica, ya que la educación (mitad campesina mitad merinera) que Túbal y Tarsis recibieron de su venerable abuelo es el fundamento de la doble disposición etnológica -culto de la red y de la azada- inalteradamente mantenida hasta nuestros días en este verde y húmedo rincón del solar vascongado. Claro está que todavía un abate francés no había inventado el concepto Prehistoria -especie de salvoconducto para que la fantasía pase por cosa real- ni la verdad histórica, tan seca y árida, ocupaba el lugar de las historias divertidas.... Pero no divaguemos y vayamos al objeto de estas líneas:

¿Cómo "estaba" entonces -unos 2.000 años antes de J.C.- San Sebastián? Igual, casi igual que hoy.... La Concha, con su medialuna de arena constantemente batida por las olas y ensuciada a veces -también como hoy- por las algas, pero sin cabinas, sin toldos, sin niños y sin celadores.... Unas rocas : el Pico del Loro o, para ser más exactos, de Loreto o, mejor aún, ni del Loro ni Loreto, porque todavía ese pequeño cabo carecía de nombre ... Más rocas... ¡Los tamarindos!, dirá algún lector. No, los tamarindos no, pues son cosa de ayer (1883).... Yerbas, juncales, mimbreras, mazos de carrizos....y, un poco más allá, una corriente de agua a la que no se quien ni cuando puso un extraño nombre de río escandinavo : el Urumea... Gaviotas, algún pato salvaje, alguna malviz ... ¡Y nada más!

Pero ¿y la Ciudad? ¿donde estaba la Ciudad?, preguntará algún impaciente. Pues la Ciudad no existía, no podía existir, por la sencilla razón o, como dicen los teólogos, por la potísima razón de que "allí" no había sitio ni aun para el quiosco del Bulevard. Y es que no había tierra firme, porque todo era marisma, agua empantanada que el río al bajar crecido y el Cantábrico en la pleamar, dejaban entre el cerro de San Bartolomé y Urgull : Urgull que era una isla, más isla que Santa Clara, que no era todavía una isla, sino una península : la que el lector puede hoy adivinar más que ver unida al continente por un istmo de rocas que las olas se encargaron de desmochar. Y en este bello paisaje (pues la ciudad fue bella "ab initio"), ningún ser humano, absolutamente nadie, ya que encontrar seres humanos en el San Sebastián de entonces resultaba tan difícil como encontrar un piso vacío en el San Sebastián de hoy.

Pero ¿quienes fueron los primeros pobladores de la ciudad? ¿Vascones? ¿Vardulos? ¿Caristios? ¿El mismísimo Padre Aitor? ....El caso es que aquí, desde los más remotos tiempos, existió un núcleo de población -en la zona que llamamos el Antiguo- con u nombre que la tradición ha recogido. ¿Que ese nombre fue Izuru o Izaro "rodeado de agua" (por Urgull, seguramente)? ¿Que fue Iruchulo "tres agujeros o entradas" como quería Garibay (entre Igueldo y la isla, entre la isla y Urguell, entre Urgull y Ulía? ¿Donostia (corrupción de Done Sebastián) o Easo, que parece el anagrama de una empresa distribuidora de energía eléctrica? Lo cierto es que la antigüedad de nuestro pueblo es lo suficiente remota para presumir de abolengo. Y si alguien lo duda, ahí está la famosa Donación a Leyre, hecha por Sancho el Mayor de Navarra, que pone bajo la jurisdicción de aquel cenobio "la villa que los antiguos llamaban Izurun con sus dos iglesias de Santa María y San  Vicente y el Monasterio de San Sebastián el antiguo".

Concedamos a los severos catones de la Historia local que eso de "las Iglesias de Santa María y San Vicente" fue una interpolación hecha para que nuestra ciudad pareciese más vetusta, y que la Donación se refería tan solo al Monasterio de San Sebastián con la pardina o monte bajo que le rodeaba. Nada impide en este caso poder afirmar que el 17 de abril de 1014, fecha de la Donación, existía aquí una Iglesia dedicada al asaeteado mártir romano y, junto a ella, como es lógico suponer, un núcleo de población. Pero esto me lleva a explicar por qué San Sebastián se llama San Sebastián.

JOSÉ BERRUEZO - San Sebastián. ITINERARIO PINTORESCO A TRAVÉS DE SU HISTORIA. 


ITINERARIO PINTORESCO : ¿Por qué San Sebastián?

YO podría muy bien, para rellenar ese bache medieval en la historia de la ciudad, inventar algo así como un "Cronicón Easonense" cuyas noticias serían tan de creer como las que figuran en el "Albeldense", "Silense", "Pacense" o cualquiera de los que recoge en su "España Sagrada" el P. Flórez, pero prefiero, dejando de lado la fantasía, ceñirme e la razón y contestar a la pregunta diciendo que San Sebastián se lla San Sebastián por lo mismo que Santander se llama Santander; Santiago, Santiago ; San Cugat, San Cugat; San Feliú, San Feliú; y muchos más pueblos y pueblecitos españoles: por el nombre de un apóstol o de un mártir cuya memoria se quiso honrar, o bajo cuya advocación se colocó un aiglesia que, con el tiempo, dió origen a una población nueva.

El año 826 se trasladaron las reliquias de San Sebastián desde las catacumbas romanas a la Abadía de San Medardo en Soissons, en plena época del Camino de Santiago -el 812 se había descubierto el sepulcro del Apóstol- la ruta jacobea que trajo a España millares de peregrinos del occidente europeo. San Sebastián con San Roque eran invocados por esos peregrinos como protectores contra la peste, endemia universal antes de la invención del jabón y del D.D.T. Su culto, el de ambos Bienaventurados, fue, pues, general en medio de aquella corriente de turismo religioso que, entrando en nuestra patria por los puertos pirenáicos, bajaba hasta Puente la Reina, en Navarra, para desde aquí, por Burgos, Sahagún y León encaminarse a la Basílica compostelana.

Nuestra ciudad quedaba a trasmano del Camino de Santiago cuyo inicio en esta parte de los Pirineos era el "Summus Portus" (Canfranc), y el puerto de Cisa (Roncesvalles). Sucedió, según opinión del hispanista G. Cirot, que los ataques de los musulmanes en la zona media del Ebro obligaron a cambiar el acceso de los peregrinos quienes, buscando mayor seguridad personal, hacían la entrada en España por la desembocadura del Bidasoa. Admitida esta hipótesis verosimil, nada nos cuesta  admitir también -y lo acredita la abundancia de denominaciones que en el País Vasco todavía conservan el nombre de Santiago- que nuestra ciudad fue paso obligado o lugar de descanso para los romeros. (Hoy en día existe, en los alrededores de San Sebastián , un caserío llamado "Pelegrinene" al que la tradición asigna la remota función de hospital de peregrinos).

JOSÉ BERRUEZO ( San Sebastián. ITINERARIO PINTORESCO A TRAVÉS DE SU HISTORIA)


ITINERARIO PINTORESCO : El culto a San Sebastián.

QUE los peregrinos jacobeos trajeron hasta este rincón cantábrico el culto del mártir romano; que ese culto se rindió en una ermita cuyo nombre, andando el tiempo, tomó el núcleo urbano; que esa ermita se transformó en monasterio centrando los fervores religiosos del pueblo donostiarra, nos lo dice de manera elocuente la pervivencia de tal devoción hasta nuestros días, nos lo dirá también el voto solemne que la Ciudad hizo en 1597 de ir todos los años , el 20 de enero, en procesión hasta el Antiguo llevando una reliquia del Santo, voto relacionado con el carácter de protector contra las epidemias que a San Sebastián asignaron los peregrinos medievales.

A fines del siglo XVI hizo la peste su trágica aparición en España. Parece que fue Sevilla una de las primeras ciudades afectadas, siendo los marinos quienes la trajeron  hasta nuestro puerto, entonces uno de los más importantes del Cantábrico. Aquí se estableció un lazareto en la isla de Santa Clara, y la autoridad  municipal, mediante pago de once ducados diarios, contrató los servicios de un tal Maese de Lortia, cirujano de Jaca, para que con su hijo y un criado asistiera a los apestados.

En el siglo XVIII, olvidados ya los terribles efectos de la epidemia, se pidió el traslado de fecha de la procesión a época del año más benigna que la del 20 de enero, pero la Congregación de Ritos no accedió a tal solicitud. En el incendio de 1813 -final de la guerra de la Independencia- desapareció la reliquia del mártir romano. Cinco años después se consiguió otra, celebrándose solemnemente la procesión votiva. En 1820 y 1830 volvió a pedirse el traslado de fecha y, al no lograrlo, se suprimió la piadosa ceremonia extramural, siendo sustituída por otra a través de las calles de la Ciudad.

La procesión primitiva salía de San Sebastián por la Puerta de Tierra, formando en ella todas las Cofradías y Hermandades, los dos Cabildos, las autoridades civiles y militares y el pueblo en masa. a sus espaldas quedaba el recinto amurallado y se dirigía, bordeando el arenal de la Concha, hasta donde hoy está el Palacio Real...

Pero dejemos la procesión y volvamos la vista a la ciudad. ¿Cómo era entonces San Sebastián? ¿Cómo fue hasta el 5 de mayo de 1863 en que comenzó el derribo de las murallas?.

JOSÉ BERRUEZO.- San Sebastián. ITINERARIO PINTORESCO A TRAVÉS DE SU HISTORIA


ITINERARIO PINTORESCO : San Sebastián en el siglo XVII (I)

La total destrucción de los archivos de la ciudad en el incendio del 31 de agosto de 1813 dificulta considerablemente el exacto conocimiento del pasado de San Sebastián. Por eso hemos de recurrir a testimonios ajenos si queremos tener algún dato, ya que no exacto, por lo menos, aproximado de como era la capital de Guipúzcoa en los siglos pretéritos. Los libros de viajes son una fuente documental de no escaso interés, pues a través de la fantasía con que sus autores suelen embozar el relato, hallamos noticias y detalles preciosos para reconstruir la vida donostiarra de otros tiempos.

De las varias obras de este género que conocemos, vamos a recoger aquí algunos párrafos de las cartas que, escritas el 20 de febrero de 1679 y el 24 del mismo mes y año en San Sebastián y Vitoria, respectivamente, incluye la titulada condesa d'Aulnoy en su "Relation du voyage d'Espagne" publicada en 1691.

Fue María Catalina Le Jumel de Barneville, su autora, una dama del gran siglo francés que tenía sus puntos de literata puestos al servicio de un espíritu aventurero poco corriente entre las mujeres de aquella época hechas a la vida cómoda de la fastuosa corte borbónica.

Era entonces Francia el eje del universo al que los rayos del Rey Sol iluminaban con arreboles de ilustración. Más allá de los Vosgos y del Pirineo, tierras bárbaras y gentes inciviles. Y, tratándose de España, de aquella España triste del último Habsburgo, todo un mundo de misterio, tétrico y hechizado, como la persona del monarca que agonizaba entre conjuros y exorcismos.

La condesa d'Aulnoy, varonilmente animosa, elige nuestra patria para una singular partida de caza, una partida de caza de hadas, que luego, relatada en un libro, haría más llevaderas las fastidiosas veladas invernales en su castillo del Aisne. Y a España viene María Catalina Le Jumel cuando sus veintinueve años espoleaban la femenil curiosidad de la escritora.

Atravesando el Bidasoa se aposenta en Irún donde, con mal tiempo y peor humor, tie el primer encuentro con la cocina española -ajo, azafrán y especias- sublevándose su delicado paladar. Y no fue éste el único motivo de indignación para la viajera, pues habiendo sacado un reloj inglés de repetición, que le había costado cincuenta luises, cometió la imprudencia de ofrecerlo "por cortesía" a un comerciante donostiarra que mostraba curiosidad por la joya. Nuestro avispado paisano, tras hacer una gran reverencia, se quedó con el cronómetro, "jurando, por su honra, guardar aquel recuerdo toda su vida". La condesa de Aulnoy sentenciará en su libro, como aviso a los futuros turistas: "Para viajar por este país hace falta mucha provisión de paciencia y de dinero".

Desde Irún , "atravesando precipicios y cortaduras", se traslada a Rentería, donde, para evitar el paso de las montañas, se embarca en el río Oyarzun, que ella llama Hendaya. "Seguimos la corriente -dice- y pudimos ver, ya cerca de su desagüe, los galeones del rey de España, que surcaban el mar a corta distancia de la costa. Nuestras embarcaciones, pequeñas y limpias, iban adornadas con banderolas de colores y eran conducidas por muchachas de incomparable habilidad y ligereza".

He aquí un viejo y curioso testimonio sobre la antigüedad de las bateleras pasaitarras, a las que, posiblemente, algún lector habrá conocido, puesto que a fines del siglo pasado y principios del actual todavía ejercían su varonil oficio.

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JOSÉ BERRUEZO.- San Sebastián. ITINERARIO PINTORESCO A TRAVÉS DE SU HISTORIA


ITINERARIO PINTORESCO : San Sebastián en el siglo XVII (II)

(continuación)
...."Cada barca -continúa diciendo la condesa- está servida por tres mujeres. Dos, aplicadas a los remos, y una , al timón. Estas mozas son altas, de cintura delgada y color moreno; sus dientes, blanquísimos y admirables; su cabello, negro y lustroso como el azabache, trenzado y rematado con lazos de cinta, cae por la espalda. Llevan sobre la cabeza una gasa fina, bordada en oro y seda, que rodea el cuello y cubre la garganta; usan pendientes de perlas y collares de coral, y una especie de jubón de mangas muy estrechas, como las de nuestras bohemias; su aspecto agrada y seduce. Dícese de estas "marineras" que nadan como peces y que no admiten en su particularísima sociedad a otras mujeres ni a ningún hombre ; constituyen una especie de pequeña república independiente, a la que acuden muy jóvenes las afiliadas, con beneplácito de sus padres, que las destinan a tal oficio.  Cuando quieren casarse asisten a misa en la iglesia de Fuenterrabía, y allí van los mozos en busca de esposa.... Nunca he visto satisfacción tan placentera como la que rebosa en el semblante de aquellas muchachas. Habitan humildes casuchas a la orilla del río, trabajan para ganar su salario y obedecen a las viejas que las cuidan y las asisten".

Madame Le Jumel se olvidaba de hacer el elogio de la moralidad de las bateleras pasaitarras, cuando un suceso pone en los puntos de su pluma la alabanza a aquella virtud. El cocinero de la condesa, un gascón de muy buen humor, osó tocar a una de las mozas guipuzcoanas, y ésta, "poco aficionada a tales bromas", le abrió la cabeza con un remo. Cundió la indignación entre las compañeras de la ofendida y mal lo hubieran pasado la condesa y su séquito sin la oportuna intervención de don Antonio -el comerciante donostiarra- quien, mediante la entrega de unos doblones, logra calmar las iras de las walquirias pasaitarras.

De Pasajes a San Sebastián hace madame Le Jumel el viaje en litera hasta llegar al que vuelve a llamar río de Hendaya, que ahora no es otro que nuestro Urumea. Antes de cruzarlo por un largo puente de madera se detiene unos minutos en el convento de San Francisco. "Ya al otro lado del río -dice la escritora- y, a pesar de hallarnos cerca de San Sebastián, no distinguíamos aún los edificios de la población, porque un cerrillo de arena bastante alto se interponía".

Transpuesto este último obstáculo entra la condesa en la ciudad. "Esta -dice- está situada en la falda de una montaña que sirve de dique al mar, y forma un recodo a donde van los barcos a refugiarse cuando los temporales los acosan, porque sufre aquella región tormentas tan extraordinarias y huracanes tan terribles que los navíos, con el ancla echada, naufragan muchas veces en el puerto."

Salvadas las defensas exteriores de la plaza camina la viajera por el casco urbano, donde "las calles, largas y anchas (?), están adoquinadas con piedra dura, blanca, bien unida y siempre limpias. Las casas son bonitas y, en las iglesias, los altares de madera están cubiertos de cuadritos como la palma de la mano".

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JOSÉ BERRUEZO.- San Sebastián. ITINERARIO PINTORESCO A TRAVÉS DE SU HISTORIA


ITINERARIO PINTORESCO : San Sebastián en el siglo XVII (y III)

(conclusión)
En la mejor hospedería de la ciudad se alojó la dama, y muy excelente debió ser el trato por cuanto a la hora de la cuenta deja escapar esta exclamación : "¡Todo es tan caro como en París!" Pero a renglón seguido la condesa justifica lo elevado de los precios con una razón que aquí, en nuestra tierra, parece eterna :"He comido bien". No es pequeño elogio a la cocina vascongada, máxime cuando lo emitía una boca hecha a las delicias de la culinaria francesa.... Al correr de los siglos, más de un compatriota de la d'Aulnoy se ha visto obligado a reconocer aquellas dos verdades : la del comer y .... la del pagar.

Mujer al fin María Catalina, tiene unas palabras para sus congéneres donostiarras. Palabras elogiosas que prueban lo añejo del señorío, gala y ornato de nuestra ciudad. "Las damas me visitan -escribe- y pretenden que me detenga varios días". Como incentivo para prolongar la estancia de la forastera, las señoras de San Sebastián "le proponen una expedición al convento de monjas edificado en lo más alto de la costa". Seguramente y aun cuando la escritora no lo precisa, es al convento de San Bartolomé, en la cuesta de Aldapeta, porque "me dicen que la vista desde allí no encuentra límite y se descubre, en un vasto panorama, el mar, los buques, las ciudades, los bosques y los campos". Y por si estos encantos fuesen pocos "alaban mucho la voz, la hermosura y el atractivo de las monjas".

Pero la impaciencia que la d'Aulnoy tiene por verse en Madrid pesa más que todos los incentivos, y dispone la partida.... sin escuchar el relato de las sorprendentes aventuras de una novicia donostiarra que, no muchos años antes, abandonara su convento para, vistiendo masculinos hábitos, realizar novelescas aventuras.

Que una viajera ávida de  novedades y curiosa, además, por ser mujer, no consigne en su libro lo que en aquella época todavía sería escándalo entre las damas donostiarras, pintoresca fábula en los pliegos de romances y espectáculo sobre los tablados de comedias, aviva en nosotros la sospecha de que parte del itinerario de la condesa d'Aulnoy es un relato más fantástico que real, confeccionado a base de noticias de otros viajeros y de referencias geográficas e históricas sacadas de libros anteriores.

Quede la labor de averiguar este extremo a los críticos minuciosos, pues nuestro propósito es tan sólo la caza de lo pintoresco ya que, Dios nos libre de poner en la picota de la superchería a dama tan gentil como, con sus veintinueve floridos años sería por aquel entonces María Catalina Le Jumel.

Digamos, por último, terminando así la referencia de su viaje, que la D'Aulnoy hizo en San Sebastián copiosa provisión de jamones y lenguas de cerdo "para no morir de hambre en el camino" y que, buscando las tierras de castilla, atraviesa los más sorprendentes paisajes rocas escarpadas, despeñaderos, torrentes, peñascales, bosques de pinos, nieves perpetuas, etc.- hasta llegar al que suponemos puerto de Echegarate por donde, con su séquito de galantes caballeros españoles, pasó a la provincia de Alava.



JOSÉ BERRUEZO.- San Sebastián. ITINERARIO PINTORESCO A TRAVÉS DE SU HISTORIA


ITINERARIO PINTORESCO : ¿Cómo era San Sebastián?

VICTOR HUGO nos dirá en 1843 que, vista desde lo alto de Aldapeta, San Sebastián semeja "una libra de chocolate con sus dieciséis onzas". El símil es perfecto; pero será otro viajero francés -el naturalista Juan Luis Armando de Quatrefages, llegado aquí en 1847- quien precisará el detalle : "Fortificaciones a la Vauban - escribe en su "Souvenirs d'un naturaliste" (4) una alta muralla cuyos fosos se inundan con la pleamar, ocupan toda la anchura del istmo que une San Sebastián al Continente y la protegen del lado de tierra. Agazapada al pie del monte Orgullo, como buscando abrigo contra el viento Norte, contenida por sus murallas que el mar bate desde dos lados, la capital de Guipúzcoa forma un cuadrilátero irregular cuya superficie es menor que la del Mercado de vinos de París (5); pero este espacio tan estrecho ha sido aprovechado lo más posible. Dos iglesias parroquiales, un convento, un arsenal, un cuartel, son los principales edificios públicos estando todos construidos en la misma falda del monte Orgullo.

En el centro de la ciudad, el Ayuntamiento  ocupa todo un lado de una plaza de arcos, siendo una especie de Palais-Royal en pequeño. El terreno restante está enteramente ocupado por altas casas que bordean calles  trazadas casi todas en línea recta, y cuya anchura parece haber sido calculada estrictamente según las necesidades de la circulación. No hay jardines y apenas algunos patios interiores. Merced a esta economización del terreno han podido alojarse cerca de 9.000 habitantes. Pese a esta acumulación de vecinos, pese a las profesiones bastante sucias de muchos, reina en todas partes una limpieza muy difícil de hallar en nuestras grandes ciudades. Este hecho se explica por la manera como está repartida la población. San Sebastián  no tiene esas calles, esos barrios, donde se arraciman casuchas y tugurios que afean  nuestras más ricas capitales, y donde viven amontonadas las clases menesterosas. Aquí todas las viviendas, que son casi iguales, tienen vecinos de varia condición. El comerciante, el propietario, ocupan la planta baja y los primeros pisos; el cargador del puerto, el pescador y el artesano se alojan en la bohardilla. Un gran bien resulta de esta mescolanza : los ricos conocen más rápidamente y socorren con presteza las miserias de quienes les rodean, y el pobre, por su contacto con las clases distinguidas, está siempre en guardia contra la dejadez que tan pronto degenera en incuria y suciedad.

San Sebastián es enteramente una ciudad nueva. Aparte de las iglesias y algunas casas situadas en sus proximidades, todas las otras construcciones son recientes.

En 1813, los ingleses y los portugueses, aliados que España levantó contra Napoleón y a los que saludó con el título de libertadores, redujeron a cenizas la antigua Donostia". (6)

Muy curiosas -muy de "naturalistas"- las observaciones que en San Sebastián hace Quatrefrages. De ellas recogeré un dato interesante para la demografía de la Ciudad : aquellos 9.000 habitantes que en 1847 vivían junto a la Concha son ya 26.856 en 1889. Sorprenderá tal aumento, pero es que, entre una y otra fecha, está el derribo de las murallas, acontecimiento trascendentalísimo para el crecimiento urbano y humano de San Sebastián, crecimiento cuya progresión ascendente difícilmente será superada por otra capital española. Y, como prueba, veamos los siguientes datos estadísticos:

Año 1800........... 6.000 habitantes
Año 1860...........14.600 habitantes
Año 1880...........20.823 habitantes
Año 1890...........30.027 habitantes
Año 1900...........35.583 habitantes
Año 1914...........52.484 habitantes
Año 1946..........100.000 habitantes


JOSÉ BERRUEZO ( San Sebastián. ITINERARIO PINTORESCO A TRAVÉS DE SU HISTORIA)


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