FUE aquel 7 de diciembre de 1688 un día triste en San Sebastián. Sobre las dos de la tarde comenzó a levantarse un viento huracanado, se encapotó de nubes el cielo, alborotóse el mar. Creció a las 3 de la tarde la marea, subía ei golpe de las olas a tanta altura que excedió a los muros de la ciudad que miraban al muelle, entrando el agua dentro de ella por la parte que llamaban el Ingente. Sobre las cuatro comenzó a descargar con horrible estrépito infinidad de rayos y centellas. Cayó un rayo en el castillo de Urgull, prendió la pólvora del almacén en el que había unos 780 quintales, produdéndose tan horrible estrépito que a toda la ciudad alcanzó la conmoción.
Los que se encontraban fuera de sus casas pensaron que en ella sería el siniestro; los que estaban en los templos al amparo de sus espesos muros, temieron que se arruinaran al sentir la fuerte conmoción y llenos de pavor buscaban la salida huyendo de un peligro que creían cierto, para caer en otro, pues las piedras, tablas, tejas y materiales del Castillo volaron por los aires a causa de la explosión, cayendo en los tejados, calles y plazas de la ciudad.En todos los edificios se desencajaron las puertas y ventanas, rompiendo los cristales, cayendo tabiques y paredes, saliendo los vecinos despavoridos de sus viviendas para huir de un peligro y caer en otro. Los que estaban en los templos huian y los que se encontraban en las calles pugnaban por entrar en ellos.Los destrozos, daños y desgracias causados por aquel suceso fueron muchos. Parecieron diez soldados que estaban de guardia en el castillo, cuyos miembros volaron entre los .escombros y fueron hallados al día siguiente en distintos puntos de la ciudad; quedaron sepultados entre las ruinas del castillo dos presos que en él había; un pintor que trabajaba en su taller fue muerto por una piedra que le alcanzó; un obrero que se hallaba en el muelle murió por un golpe de proyectil; un niño quedó aplastado bajo una chimenea que se derrumbó; multitud de personas fueron heridas por la lluvia de materiales que cayó por toda la ciudad; los tejados de muchos edificios quedaron destrozados y tanto en las iglesias como en muchas casas entraba el agua en abundancia, pues el temporal de lluvias continuó varios días.Aquel aciago día 7 de diciembrede 1688 quedó grabado en la memoria de todos los que fueron testigos de la explosión del polvorín del Castillo.Y cada aniversario lo recordaban con tristeza acudiendo a las iglesias a rezar por los que ya no estaban con ellos.
KOXKAS - R.M. - DV - 07 / 12 / 2001
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