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lunes, 20 de agosto de 2018
De héroes y náufragos
Es innumerable la cantidad de marinos que han orlado su vida azarosa con bellos gestos de heroicidad. Quién no conoce la legendaria figura de José María Zubía "Mari", al cual el 9 de enero de 1866 el mar Cantábrico arrebató la vida en su intento de salvar del naufragio a unos pescadores que luchaban contra la tempestad y la furia del mar.
Nacido en Zumaia en 1809, hijo de pescadores, empezó su vida como pescador. Hacia 1830 se matriculó como marinero en la loca carrera de las Américas. Fueron varios los viajes que realizó, atravesando el Atlántico, ida y vuelta, pero la legendaria fábula de las Indias le defraudó de manera que decidió establecerse en su tierra y es en San Sebastián donde decide hacerlo como patrón de pesca. Se hace propietario de una embarcación y aquí se dedica a su mundo, el de la pesca.
Lleva, sin embargo, Mari, una vocación interna, que no se sabe de donde viene ni a donde puede llegar, y es su vocación por entregarse al auxilio de sus semejantes en trance de naufragio. Tanto es así que a la primera ocasión que se presenta es el primero en pedir permiso al comandante de Marina del puerto donostiarra para realizar un acto heróico.
Así el 13 de julio de 1861, una lancha, con siete tripulantes a bordo, la San José, está a punto de naufragar en medio de un mar embravecido. Las olas zarandeaban la embarcación arrojándola contra los rompientes, y allí apareció Mari, con su lancha y sus tripulantes, desafiando, sin importarle nada, a la tempestad y a la furia del mar, en su desesperado intento de salvar a los náufragos, no consiguiendo salvar más que a tres de los mariñeles, ya que los otros cuatro perecieron, tragados por las embravecidas olas del Cantábrico. Días después se celebró, en el Teatro Principal, una función en beneficio de las familias de los náufragos y en homenaje a Mari y sus compañeros.
Nuevo rescate
Cinco años después, un 9 de enero de 1866, había amanecido mansa y rizada la superficie del mar, invitando a los pescadores a salir tranquilos a faenar sobre sus bonachonas olas, pero tornose de repente en impetuosa tempestad, zarandeando con inusitada violencia todo lo que sobre sus lomos se encontraba, así se divisó de repente entre la bruma un confuso madero que sostenía a cuatro infelices náufragos, mientras avanzaba impelida por el huracán una solitaria embarcación que vagaba a merced de la tempestad.
Al poco de conocerse el hecho, se hizo a la mar el bravo Mari, que acudía, con su tripulación, una vez más al rescate de sus vecinos, sin importarle para nada el estado de la mar ni su propia vida. Pronto se ve en medio de la enfurecida mar, una embarcación y sobre ella en pie la figura de Mari sobre la popa que se hunde una y otra vez en lucha desesperada con las furiosas olas, en el intento de alcanzar a los náufragos, más de repente, sobre la hirviente espuma se descubre la quilla de la embarcación volcada, remos dispersos sobre las olas y entre la confusión, los cuerpos de Mari y sus valientes compañeros luchando por su supervivencia. Y he aquí, que de pronto Mari desaparece en medio de la furiosa tempestad llevándose ese aciago día el prestigio del valiente acompañado de la corona del mártir al fondo del océano.
"Pachicu" el simpático
Pero cabe destacar además y entre tantos beneméritos "joshemaritarras", a Francisco Muñoa, "Pachicu", como le llamaban todos sus amigos, cuyo nombre va siempre unido a justas alabanzas o a encomiásticas frases.
Francisco Muñoa estudió con gran aprovechamiento la carrera de Náutica, y desde muy joven se lanzó a la mar. Visitó todas las rutas marinas del globo. Recorrió los cinco continentes, y su carácter era tan afable y cariñoso, que fue dejando una estela de simpatía y cariño por todos y cada uno de los lugares en los que recaló. Era el origen de este carácter su gran corazón y su ejemplar ser de hombre de bien.
Prueba de las buenas amistades que iba dejando allá por donde pasaba, es el hecho, de que en cierta ocasión, en un puerto de Noruega, donde hacía escala por primera vez el buque que mandaba, tuvo un extraordinario encuentro. Acabadas las faenas de descarga, y a la hora del asueto, saltó, a puerto el bueno de "Pachicu"y se fue a dar una vuelta por el pueblo. Recaló en una "tasca" a refrescar el gaznate. Estaba absolutamente convencido de que en aquel lugar, en aquel remoto rincón del mundo no era conocido por nadie, máxime cuando nunca jamás había recalado en aquel sitio, pero, cual sería su sorpresa, cuando atareado en dar buen fin a una copa de "gin", completamente en solitario y tal vez con recuerdos nostálgicos, al no tener con quien hablar de su querida tierra y de sus viajes, de pronto oyó una recia voz, que chapurreando un mal castellano, le decía: "¿Qué hay de nuevo por aquí? ¡Venga un abrazo "Pachicu"!" Era ni más ni menos que un capitán noruego que Muñoa había conocido en Puerto Rico.
En sus viajes Muñoa adquirió una cultura excepcional; además del español y el vasco, dominaba, con rara corrección, cinco o seis idiomas y hasta chapurreaba dialectos orientales. Era por tanto "Pachicu" un hombre muy instruido. Su vida y sus actos estaban condensados en una máxima divina, fácil de decir, facilísima de consignar, pero muy difícil de practicar para otros que no fueran él :"Ama al prójimo como a ti mismo".
Al cabo de los años, cansado de viajar, obtuvo una plaza de práctico en el puerto de San Sebastián; y en el tiempo que desempeñó este puesto fueron un sinfín las veces que expuso su vida para salvar la de sus semejantes. Entre otros muchos merecen destacarse los siguientes salvamentos por él realizados:
El 7 de octubre de 1880, en compañíade los marineros Manuel Urrutea, Francisco Picavea y Manuel Fernández, salvó la tripulación de una barca noruega desfondada en alta mar.
El 12 de marzo de 1895 participó, con riesgo inminente de su vida, en el salvamento de la barca "Gobby" fondeada en la Zurriola.
El 12 de Agosto de 1897, cuando el pailebot "Colón" iba a encallar en las rocas de Urgull y ya se daban como perdidas embarcación y tripulación, Muñoa, acompañado de un plantel de bravos "arrantzales", salió en la lancha de atoage y consiguió remolcar la nave hasta la bahía.
Reconocimientos varios
En recompensa a estos y otros actos heróicos, Muñoa, fue premiado en cada caso; desde luego que de manera modesta, si se tiene en cuenta el valor de sus heroicidades. En uno de estos salvamentos, S.M. la Reina Doña María Cristina le obsequió con 25 pesetas. Recibió distintas condecoraciones de gobiernos extranjeros y ostentaba asimismo, la Cruz de Beneficencia, en cuyo expediente suscribió una laudatoria de claración Mr. Deroulede.
Su último salvamento fue el 28 de enero de 1900, en que consiguió arrebatar al mar la goleta "Livingstones", de nacionalidad danesa. Fue en esta ocasión cuando el Gobierno español le otorgó la Cruz de Beneficencia y el de Dinamarca le hizo el espléndido regalo de 50 pesetas y una medalla de plata.
Tras una vida cuajada de actos de esta índole, murió "Pachicu", satisfecho y jovial, dejando ejemplo de sus actuaciones en el mundo para honra de Donostia.
He aquí, que hemos recuperado, para memoria de los donostiarras, otro héroe de la mar, al que, aunque nuestra ciudad no ha dedicado ninguna calle ni ha erigido ningún monumento, como lo ha hecho con el maravilloso y arriesgado Mari, no podemos perder en el olvido, y que a pesar de no morir trágicamente, no por ello hemos de olvidar que una y otra vez arriesgó su vida en favor de sus allegados.
ESTEBAN DURÁN LEÓN "IZURUN"
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