lunes, 20 de agosto de 2018

Donostiarras del siglo XVIII, según el Padre Isla

El Padre José Francisco de Isla en determinados períodos de su vida tuvo como ocupación principal la predicación de la palabra de Dios. Y son sus seis tomos impresos de sermones testimonio de esta su actividad. Los dos primeros se titulan Sermones Morales y los restantes Sermones Panegíricos. Estos se editaron en Madrid, los tres primeros en 1792, los restantes al año siguiente.

Varios sermones se predicaron en Navarra o en San Sebastián. De los de Navarra unos predicó en la capital, Pamplona, otros fuera de ella.

La serie de sermones de San Sebastián se divide en tres : sermones, discursos doctrinales y una plática.

La plática, fue hecha cuando la ejecución de un homicida, en el año de 1747.

Sermones : de San Joaquín, de las Cuarenta Horas, de Santa Teresa de Jesús y de San José.

Los Discursos Doctrinales versaron sobre el modo de hacer oración a Dios y a los Santos, sobre la  misa y la reverencia en los templos, sobre la gravedad del pecado que cometen los que no ayunan cuando lo manda la Santa Madre Iglesia y dos sobre la murmuración.

Sermones y Discursos Doctrinales se pronunciaron en 1748 y 1749.

La ignominia de la horca

Al Padre Isla, correspondiole en San Sebastián, en el año de 1747, asistir a un ajusticiado. Por la plática que pronunció por aquel entonces sabemos de las diversas circunstancias del muerto y de los donostiarras.

El reo, era un joven forastero, de nombre Fernando de Orihuela. Su delito, según consta en el proceso, "un homicidio ejecutado con alevosía".

"No le valió ni la piedad de la Iglesia, ni el sagrado de los altares, ni la inmunidad de la Casa Real de Dios, ni el respeto de la Religión". Castigo: "la ignominia de la horca". La ejecución fue en una plaza, y en esta misma plaza, ante el cadáver "colgado de este infame madero" escucharon la plática del Padre Isla no pocos donostiarras: "Yo veo -exclama- que todos os lastimáis, todos os lamentáis, todos os afligís, todos lloráis la muerte de este ajusticiado joven. Yo veo, o, por mejor decir no veo con los ojos del cuerpo, pero estoy viendo con los ojos del alma a muchos que de pura compasión no han querido asistir a este funesto espectáculo, que se han cerrado en sus casas, que se han metido en las iglesias, y aun no pocos que se han ausentado de San Sebastián, no teniendo corazón para hallarse en la ciudad en un día en que se hace esta melancólica justicia. Aun yo mismo, aquí donde me veis con este valor sobrepuesto, con este espíritu bien  ajeno de mi natural ternura, yo mismo estaría bien ajeno de hallarme ahora en este puesto, de asistir en esta plaza, de dejarme ver en este trágico teatro, si no precisara a eso la obligación de mi Instituto, y si no me necesitara suavemente la triunfante virtud de la obediencia".

Los defectos de los donostiarras 

Desde el púlpito, el Padre Isla, tomó buena nota de las virtudes y los defectos de sus feligreses y en los volúmenes citados quedan constancia de los mismos.

Comenta, que hay quienes van al templo mal trajeados, están en él distraídos o mantienen posturas indecentes, o convierten a éste en un lugar de citas.

Fuera del templo apunta que pululan excesos fugaces, como son los del carnaval, y duraderos como son el olvido del ayuno y la murmuración.

Censura el Padre Isla la vanidad y la ostentación mundana en el templo, y añade : "No por eso quiero decir que se tiene que ir a la misa con desaliño afectado, con estudioso desaseo, o con traje descompuesto(....). Ir a misa en bata, en chinelas, con una basquiña mal echada, y tal vez la más astrosa, con redecilla en la cabeza y con cabello desgreñado, es una irreverencia".

Habla también el Padre Isla de los distraimientos en misa: "....en fin ¡cuántos o cuántas se van a dormir a la iglesia con la misma paz que si estuvieran en el lecho!. Comenta y ridiculiza, asimismo, en otro lugar del mismo sermón sobre las posturas irreverentes con las que ve a los feligreses que acuden a la misa.


Furor báquico


En este mismo sermón, se desata en críticas contra la costumbre, adquirida, de establecerse citas en la iglesia costumbre propia de época en que el encierro de las damas ofrecía a los galanes pocas ocasiones de verlas.


En el Sermón de las Cuarenta Horas, dibuja el frenesí de los donostiarras en los días de carnaval, equiparándolo con el furor báquico de los antiguos paganos. Nos habla de las comilonas, la glotonería, las borracheras, de cómo detrás de disfraces y máscaras, se decían pullas, se cantaban sátiras, se gritaban truhanerías y públicamente se practicaban insolencias.


También hace mención el Padre Isla, en sus sermones, a la glotonería y la entrega al placer de comer y beber olvidándose del precepto del ayuno, haciendo referencia, asimismo, al peligro que con ello se corría de contagiarse de actitudes herejes de los vecinos de Francia o de la de los de Inglaterra, en contactos comerciales que con ellos se tenían.


Pero lo que más epidémico y grave se le antojaba, a nuestro personaje, era el vicio de la murmuración, y en el discurso doctrinal predicado en San Vicente, en 1748, advierte con espanto que "en San Sebastián hay sobrada abundancia de caribes, hay abundante cosecha de amazonas, que comen a sus propios hijos y que banquetean con carne humana", y es que murmurar es devorar al prójimo.


El vicio de la murmuración


"Gran lástima es que una ciudad donde real y verdaderamente brillan cien virtudes cristianas, todas se echen a perder con el vicio de la murmuración. Con efecto, estoy bien informado que éste es el vicio dominante en San Sebastián", continua diciendo el Padre Isla, para seguir añadiendo que peor que la murmuración es la conjuración de silencio tramada por quienes la oyen: "los hombres, los hombres son los que más suelen pecar en este género de murmuración taciturna. Alábase a fulano o citano en un corrillo, o en una conversación donde concurren muchos barbados. Es gusto ver los figurones que aparecen de repente. "Y continua éste describiendo las diferentes actitudes que estos toman alrededor de dicho corrillo aparentando indiferencia pero sin perder hilo de la dicha murmuración. Pero, nuestro predicador, cuyo oficio es flagelar los vicios, no dejó de mostrar entre plática y plática, alguna de la virtudes del pueblo donostiarra, destacando su religiosidad: "está reputado por uno de los más juiciosos, de los más modestos,  de los más píos que quizá se hallarán en toda la Cristiandad", asimismo destaca, que sean gran devotos de la Misa : "Pocos pueblos se hallarán en toda la Cristiandad que hagan ventajas y aún quizá que igualen al cuidado y a la exactitud con que en este pueblo se observa este precepto...."

Tuvo también palabras de elogio para el vascuence en el sermón de San Joaquín, predicado en Santa María, en 1748. Consideró en aquella ocasión el vascuence como un donostiarra más, pues quienes oyeron el encomio lo recibieron con familiar regocijo.
Todos estos sermones, discursos doctrinales y la plática se escucharon por parte de sus hijas, en el Convento de Santa Teresa, y por sus fieles en las iglesias de Santa María y de San Vicente. La plática del ajusticiado es de 1747, tres de las oraciones sagradas fueron pronunciadas en 1748, y las seis restantes en 1749.

ESTEBAN DURÁN LEÓN "IZURUN"

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