No hay muchos datos sobre los cementerios que había en San Sebastián en la Edad Media y en los comienzos de la moderna. Los enterramientos se hacían en las iglesias, donde cada familia tenía una sepultura.
Se sabe que a finales del siglo XVIII, durante la guerra en la que intervino el Duque de Berwick, se enterraba a los muertos en los arenales de Ulía, en el hoy barrio de Gros. La arena arrastrada por el mar llegó a alcanzar la altura del muro del sagrado recinto, por lo que se suspendieron los enterramientos allí.
En 1815 comenzaron a enterrarse los cadáveres en la llamada Huerta de San Francisco, en Atocha. Dos años antes se abrió un cementerio en el barrio de San Martín, según el proyecto del arquitecto Ugartemendia. La superficie era la de un polígono regular cortado por un diámetro. Estaba cerrado por muros de mampostería con espacios abiertos con enverjados de zócalo. En los extremos del diámetro había dos construcciones, una dedicada a capilla y depósito y la otra a casa del sepulturero. En el centro se elevaba un obelisco que simbolizaba lo temporal de la vida humana.
En 1820 fue ampliado. Este cementerio se hallaba donde hoy está la Audiencia y zona próxima. Fue clausurado en 1835, abriéndose en esas fechas otro en la colina de San Bartolomé.
La población crecía y aquel camposanto resultaba insuficiente para las necesidades de la ciudad. El Ayuntamiento encargó al arquitecto Goicoa que hiciera un estudio sobre un nuevo cementerio y realizara un proyecto.
Se eligió el lugar llamado Polloe, y el nuevo cementerio se inauguró el 12 de agosto de 1878. En el centro había un obelisco de piedra arenisca con las fechas de la inauguración del camposanto y la de los traslados de los restos de los cementerios de San Martín, 30 de Abril de 1879, y de San Bartolomé, 18 de junio de 1887.
A un lado del cementerio, en un repliegue del terreno, había una construcción de ladrillo rojo. Cuando al cabo de diez años el cadáver enterrado en fosa común perdía el derecho a descansar bajo tierra, los huesos pasaban al osario y cuanto fue de su pertenencia, desde las astillas del ataúd hasta los zapatos, eran llevados a un horno que allí había, donde eran destruídos por el fuego.
El primitivo cementerio de Polloe ha sido ampliado en varias ocasiones, pues resultaba pequeño, y aun hoy sigue pidiendo más terreno para abrir más tumbas.
KOXKAS .- R.M. - 01/11/1996.
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