domingo, 12 de septiembre de 2021

EL MAR DONOSTIARRA

 Las ciudades y los pueblos de las costas llevan el cuño del mar. Son hechura suya, de sus aromas salinos, del bravío deshacerse de sus olas, del suave horizonte matutino donde la penumbra pálida quiere ser luz.

Por aquella raya firme y lejana van agrandándose las naves que vuelven, y en cuyas estelas no hubo otra cosa más que mar. En su seno hermanan los hombres, porque en él hay peligro. Hacia aquella boca abierta se abalanza, en los otoños, el viento de tierra adentro. Por allá entra cada año, puntualmente, el enjambre bullicioso de las gaviotas y los albatros.

Mar y tierra, horizontes y mesetas forman hombres y pueblos. Resulta ya indiscutible el impacto potente de loa paisajes en las conciencias colectivas e individuales, y en la ubicación y forma de los pueblos. Ellos son sensibles a la influencia de su alma invisible.

Y si algo destacó y destaca en la configuración externa de San Sebastián es su mar, que ayer la abrazaba entre arenales y barras peligrosas. Auténtica concha para soportar el agua del mar, que hoy es como una avenida, como una calle más -rojiza y moviente- entre sus rectas calles. Hechura de su mar bronco, de tonalidades de una hermosura increíble, más mar que ningún otro mar, irascible, colérico o dócil. Mar que arrastra nubes y huracanes. De él, y de toda la fuerza de la naturaleza, se defendía San Sebastián hace siete siglos acurrucándose a la espalda de una montaña medianamente elevada. Apretura de calles, que cerraban fila al viento, y en el verano al sol. Delante, dos bocarones que formaban una capacísima bahía, perfecta media luna, resguardada por una isla alargada y puntiaguda. Más lejos, arenales dorados. Y a la izquierda, la barra del Urumea, recibiendo ansioso el empuje del mar, al que lleva, límpido, tierra adentro.

Concha henchida de mar. Perfecta desde el cielo, a vista de pájaro, o desde lo alto de su fortaleza.

Concha desde la barra de la isla, con sonoridad y azul de cuenco marino.

Concha también desde la baranda -hoy- de su paseo.

Hechura perfecta del mar, para recreo de sus olas. Su espejo y su cuna, de donde surgió al borde mismo de la orilla, robándole terreno palmo a palmo, día a día.

El mar acompañará siempre la historia de su vida.


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