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jueves, 6 de septiembre de 2012
EL RINCONCITO DE ARANA
En el Boulevard, esquina a la calle Elcano, tenía su tienda José Arana el empresario al que tanto debe San Sebastián de finales de siglo. Alli vendía los billetes para las corridas de la plaza de toros, entonces la de Atocha, y vendía ultramarinos y tenía una casa de banca. En los escaparates había bastantes peluconas de Carlos III.
Allí se reunía una tertulia todos los días, de 12 a 1 de la tarde en verano y de 6 a 7 de la tarde en invierno. Allí acudían los archidonostiarras, igual que en París los archiparisienses se reunían en la librería de Lewy y en Madrid los archimadrileños en la librería de Fe. El sitio era pequeño y allí estaba Arana de pie, y los amigos como podían. Alguién lo calificó de periódico hablado."Se ha muerto Fulano", "ha llegado Mengano", "que viene Guerrita". Allí se hablaba de todo. "En invierno las discusiones son a veces literarias, escribió Eusebio Blasco. También andamos acá escasos de eso. Hay buenos cuadros, buenas alubias, buen empedrado, buenos celadores, excelentes serenos, buenas mozas, buenos presbíteros y sus diez o doce mil chiquillos que cantan a todas horas. Pero de literatura andamos un poco apurados, porque la juventud requiere comer bien y beber buen vino. Hay sólo un grupo de escritores de la tierra que honran mucho a este país. Gracias a ellos viven aquí las letras". Y citaba a algunos, que iban de Serafín Baroja a Marcelino Soroa , "que hacen muy lindos versos, excelentes estudios de costumbres públicas, revistas locales muy populares".
En invierno entre el Palacio de Bellas Artes y el rinconcito de Arana se podía hablar de algo. En verano, cuando se organizaban corridas de toros, por allí pasaban todos los habitantes de la ciudad, todos los forasteros, y todos los franceses. Los niños acudían a pedir prospectos con cromos y los mayores a por entradas.
Desde el rinconcito de Arana se veía pasar "títulos con alpargatas, modistas sin sombrero, criadas sin zapatos, periodistas sin periódico, porque allí llamamos periodistas a los que venden los papeles públicos".
Dentro de la tienda se discutía de todo. "Arana se pasea, es decir, da dos pasos adelante y dos pasos atrás, porque no hay más sitio, y el público entra y compra y cambia y deja dinero. Y afuera, por el lado del Boulevard, hay siempre tres o cuatro personas contemplando las onzas del escaparate. Los que miran las peluconas son personas que no han podido poseerlas nunca. Pero nadie detesta al que allí las tiene porque sabe que las ha hecho trabajando".En invierno entre el Palacio de Bellas Artes y el rinconcito de Arana se podía hablar de algo. En verano, cuando se organizaban corridas de toros, por allí pasaban todos los habitantes de la ciudad, todos los forasteros, y todos los franceses. Los niños acudían a pedir prospectos con cromos y los mayores a por entradas.Desde el rinconcito de Arana se veía pasar "títulos con alpargatas, modistas sin sombrero, criadas sin zapatos, periodistas sin periódico, porque allí llamamos periodistas a los que venden los papeles públicos".Dentro de la tienda se discutía de todo. "Arana se pasea, es decir, da dos pasos adelante y dos pasos atrás, porque no hay más sitio, y el público entra y compra y cambia y deja dinero. Y afuera, por el lado del Boulevard, hay siempre tres o cuatro personas contemplando las onzas del escaparate. Los que miran las peluconas son personas que no han podido poseerlas nunca. Pero nadie detesta al que allí las tiene porque sabe que las ha hecho trabajando".
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