HOJA DEL LUNES. 08 de ENERO de 1968 |
No deja de ser paradójico -es la palabra más inocua que se me ocurre- el hecho de que el Nacimiento por autonomasia lo celebre el pueblo cristiano con ágapes que parecen ser el ideal y la culminación de estas fiestas.
Este año, dos circunstancias parecían destinadas a frenar este despilfarro: por una parte, las palabras del Papa aconsejando moderación en este orden de orar; y por otra, la campaña de austeridad suscitada por nuestro Gobierno. La realidad, sin embargo, ha sido muy otra, al menos por estas latitudes: tanto las fiestas de la Pascua propiamente dicha, como las correspondientes a la salida del año viejo y a la entrada del nuevo, por no decir nada de la fiesta de Reyes, se han caracterizado por la euforia con que, desde el punto de vista estrictamente económico, se han celebrado, tanto en nuestra provincia como en su capital.
Sin ánimo de ahondar en el tema ni de llegar a sus íntimas conclusiones, salta a la vista que la mayor parte de nuestros compatriotas no se ha privado lo más mínimo en el dispendio característico y tradicional de estas fechas, tanto por lo que se refiere a las personas mayores como a los niños. Los manjares y bebidas más exquisitos han repleto nuestras mesas, y los Reyes han traído a nuestros hogares -y hasta quienes no los son- los regalos más caros.
Hablando de todo esto, algunos comerciantes me han manifestado explícita y casi espontáneamente, que el comercio no tiene de qué quejarse, pues tanto el ramo de la alimentación como las jugueterías, por no decir nada de los establecimientos de lujo dedicados al artículo regalos, han trabajado muy bien. No había más que contemplar las tiendas y al público que las abarrotaba.
No las tenían todas consigo los comerciantes a priori, pues tanto las recomendaciones papales como las estatales, hacían prever una moderación y austeridad por parte del público que, naturalmente, había de influenciar notablemente las ventas.
Un determinado establecimiento de un género tan superfluo o que puede ser considerado como de lujo, cual es el de los discos, conoció este año y por estas fechas una venta casi al doble de la registrada el año anterior. Y lo probable es que no se trate de un caso aislado, antes por el contrario un caso general.
Otro comerciante me comunicaba que, tan sólo por compromiso, esto es, por no decir que no lo tenía, adquirió para su más o menos eventual o hipotética venta al público, una serie de juguetes de todo punto caros. Cual no sería su sorpresa al ver que fueron los primeros que se vendieron, dándose el caso insólito de que los juguetes baratos fueron en su mayor parte los que quedaron más o menos invendidos.
Uno ignora que es lo que haya podido ser, en este orden de cosas, en el resto de España; pero lo que ha sucedido en Guipúzcoa y en San Sebastián, ha sucedido asimismo en Vizcaya y Bilbao. Habiéndome encontrado por estas fechas en dicha capital y provincia, no pude menos de notar la tremenda euforia que caracterizó a los ágapes de Pascua y de año nuevo. Los mismos diarios de Bilbao no sólo no ocultaron, sino que pusieron de relieve el hecho de que, tanto en el mercado de abastos como en los establecimientos de la alimentación, la venta que más aceptación tuvo fue la de los artículos más caros, hasta el punto de que carne y pescado congelados quedaron de sobra, en tanto que las angulas, por ejemplo, que alcanzaron un precio exorbitante, se quedaron cortas: de haber habido, se hubieran vendido muchas más. Verdad es que se trata de las dos provincias españolas que, dicho sea en nuestro honor, gozan de la renta per cápita más alta de la Península.
Uno no sabe si regocijarse de esta tónica o deplorarla. El comercio, por ejemplo, la considera plausible; los comerciantes y los economistas, por su parte, ¿Qué dicen? ¿Dónde está el concepto místico y el consejo de austeridad de que se habla tanto?
¡Qué contraste ante el hecho que se conmemora y el modo de conmemorarlo! No pude menos de detenerme ante el escaparate de aquella lujosa tienda de artículos de piel, en el que, sobre un abrigo de visón de muchos muchos miles de pesetas, habían colocado un niño desnudo recién nacido. ¡Menos mal que en el establecimiento había calefacción por todo lo alto!
UN DONOSTIARRA.
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