He aquí que ya le hemos dado la puntilla a otro año más. Como todos los que le han precedido y mismamente que todos los que habrán de seguirle en el transcurso de la vida humana, el año que ayer feneció ha tenido de todo. Ha sido bueno, excelente, lisonjero para muchos. A otros muchos, a los que se han sentido fieramente perseguidos por la adversidad, todo habrá de parecerles poco y comedido en demasía el lenguaje que puedan utilizar para anatematizarlo. Así es siempre la vida. Una sucesión no interrumpida de bienandanzas y de desesperadas situaciones. Nunca llueve a gusto de todos. Esta frase parece encerrar una de las grandes, una de las pocas verdades de la vida.
Cosas buenas y malas han pasado, como en todos los anteriores, en el año que desde ayer mora en el recinto de la Historia. Pero es justo confesar que muchas de las cosas malas que han sucedido son imputables, puede decirse que exclusivamente a la propia maldad de los hombres. Mucha parte en la desventura social corresponde, indudablemente, a la fatalidad. Eso no se pone ni siquiera en trance de duda. Todavía el hombre no ha cavilado lo suficiente para regodearse con el éxito de haber puesto barreras infranqueables a la fatalidad. Somos muy pequeños para eso los hombres, no obstante nuestra tan decantada superioridad. Forzoso nos es, pues, someternos a los ignorados designios. Pero hay algo que está a nuestro alcance a poco que nos mostremos propicios a conseguirlo. Tenemos corazón, gozamos de una inteligencia que, si en sus orígenes no fue privilegiada, el correr de los siglos y la culminación de la cultura universal han hecho que se haya colocado en situación muy ventajosa para afrontar con probabilidades de triunfo rotundo, inconfundible, los problemas sociales de más vasta complicación que pueden presentársenos.
Los males sociales, que tanto desdicen de nuestro carácter de seres humanos, podrían hallar aminoraciones sensibles si nosotros pusiéramos más noble empeño en demostrar que somos hombres y no muñecos que bailan desenfrenadamente, arrítmicamente, al loco compás de los vaivenes de esta incierta y paradójica vida. Somos humanos pero no lo parecemos. Porque toda nuestra vida es una continua inhumanidad. Y se da el contrasentido enorme de que a un mayor esplendor en la cultura humana, en los procedimientos universales, parece que gozamos en acompañar una menor comprensión de los deberes anejos a la sociabilidad. Y este es un absurdo que no debe imperar en la escandalosa proporción, en la incomprensible ferocidad con que se nos muestra en estos tiempos de todos los pretendidos refinamientos culturales. Esta es la mejor demostración de que la cultura no corre pareja con la moral. Y hora es de que se comprenda que la cultura que no tenga por finalidad elevar la categoría moral de los individuos, es una cultura de relumbrón, una cultura barnizada que no persigue otra mira que la de envanecer tontamente a los seres que llegan a poseerla. Moral y cultura han de ser términos complementarios, si es que de veras queremos que algún día llegue a reinar sobre la tierra el espíritu de la fraternidad que debe distinguir a los seres señalados por idéntica condición de especie privilegiada y cuyas finalidades vitales convergen hacia el mismo punto.
Hemos despachado un año más. Bueno o malo, ya se fue. Cada cual sabrá que género de despedirla otorgarle. Eso se queda para el fondo secreto de cada ciudadano. Pero lo que a todos nos incumbe y nos interesa grandemente es que el año que hoy comienza sea el signo señalador de que estamos dispuestos a una honda corrección en nuestros procedimientos. Iniciemos una nueva vida con el año nuevo. Seamos comprensivos y tolerantes para todos los errores. Sepamos perdonar las injurias. Humanicémonos. Seamos hermanos. Conozcámonos. Socialicen, los que están obligados a hacerlo, la vida plena, moral, física e intelectualmente. Que el hambre no sea un estigma de estos tiempos. Que la incultura y la desmoralización no sigan sonrojándonos. En suma: que pueda ser verdad lo de "año nuevo, vida nueva".
JUAN DE EASO.
("LA VOZ DE GIPÚZCOA" (Diario Republicano). Miércoles, 1º de Enero de 1919. Número 11.998)
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