Suenan los tambores por las calles de la ciudad y por los anchos caminos y las plazas de los barrios alejados con su "parram-plan-plan-plan, plan, parram-plan-plan-plan", ritmo rígido legado a los hombres en su fiesta del pueblo por aquellos soldados de las viejas guerras que llegaban y pasaban por esta esclusa de Europa que dividía al continente para abrirlo cuando los escluseros, amos de los pueblos, sentían la necesidad de que el río de la sangre corriese en uno u otro sentido. Ritmo que al pasar las horas de la fiesta de San Sebastián queda en los oídos como zumbido de alucinación interrumpido por el repetir de los chiquillos que, hombres, hacen sonar en las latas con insistencia irritante una y cien veces, el "parram-plan-plan-plan, plan, parram-plan-plan-plan", como en los años de otro siglo seguían el paso, a duras penas, de aquellos granaderos tocados con morriones de pelo, que al marchar por la ciudad o por el camino, llevaban la cabeza en alto, el busto erguido para ocultar bajo el disfraz uniforme su sumisión, su resignación vestida de valor o de fiereza que arrebataba el sentimiento de humanidad a quien iba a matar para evitar ser muerto por otros hombres que, como ellos, marchaban por otras ciudades y por otros caminos, la cabeza en alto, el busto erguido marcando el ritmo que dictaban los tambores con su "parram-plan-plan-plan, plan, parram-plan-plan-plan"
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Fiesta de San Sebastián, fiesta alegre del pueblo donostiarra que es evocación de aquellos tiempos en que los pobladores, los que no luchaban y eran víctimas de los soldados, veían alejarse a los ejércitos que hollaron nuestro pueblo en nombre de la ley absoluta de la fuerza que tantas páginas ha escrito en la historia del mundo para ser leídas entre sollozos y estertores.No es, nuestra fiesta, fiesta que recuerde ningún hecho histórico, no; pero al llegar este día en que las comparsas de hombres y niños uniformados como soldados discurren por las calles, como ejércitos de leyenda, evocamos a los donostiarras del 1813. También ellos oyeron el "parram-plan-plan-plan, plan, parram-plan-plan-plan" también ellos vieron los altos morriones de pelo de los granaderos y las casacas rojas, y las casacas verdes y los mandiles de cuero.... Pero era la tamborrada del drama, no de la parodia alegre que a muchos preparó el ánimo para sentirse soldados, para serlo en otros días que más tarde llegaron y seguir en serio el ritmo rígido, inexorable, por calles y caminos, del "parram-plan-plan-plan, plan, parram-plan-plan-plan"
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Pero ya el ritmo guerrero ha perdido su virtud, porque es ritmo de paz. El redoblar de los tambores en la mañana de este día es el de la música de la gran máquina que construye las piezas de la nueva vida de los pueblos. Siguen los uniformes, grotescos a veces; siguen los pasos de parada. Pero el "parram-plan-plan-plan, plan, parram-plan-plan-plan" es para marcar el paso de la marcha constructiva, el avance que no ha de interrumpirse nunca y que de aquel pueblo marinero que vivía escondido en la falda abigarrada de su castillo como niño temeroso en las faldas de su madre, ha hecho ya la ciudad admirada que nació sobre unas ruinas y se extiende en engrande cimiento incesante obedeciendo el ritmo del "parram-plan-plan-plan, plan, parram-plan-plan-plan"
ITXASOA
(LA VOZ DE GUIPÚZCOA. 20 de ENERO de 1934. Página 2)
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