miércoles, 2 de enero de 2019

POR EL BUEN NOMBRE DE SAN SEBASTIÁN (02/01/1929)

Extraño caso el de un periódico donostiarra que está en el deber de salir en defensa de San Sebastián contra unos cuantos desatentados donostiarras. Hemos callado durante unos días, por deberes de prudencia, para impedir otros exabruptos como los que hemos leido. Tales fueron los que recogieron los periódicos catalanes en defensa de un grupo de hombres de Cataluña que venían a San Sebastián.
Pero lo leído durante las últimas cuarenta y ocho horas colma la medida normal de la prudencia en quienes viven donostiarramente. El contrasentido entre lo dicho días pasados y lo dicho anteayer, alcanza desproporciones no mensurables.
Hablemos como donostiarras, que amamos lo nuestro y estimamos lo ajeno en la proporción de su valor. No lancemos al vuelo las campanas de la torre del Buen Pastor para no oir los sonidos de las campanas de Nuestra Señora de Gracia. Pero tengamos para lo nuestro la sensiblidad que exactamente debe tener el lógico sentido de los hechos. No somos ni peores ni mejores que los demás. Pero amamos lo nuestro sin pasión y sin odio para nadie. No es justo que haya quienes, en San Sebastián, en muy recientes días, proclamasen la necesidad de triunfar en el deporte, empleando para ello entradas en tromba y utilizando, según otros periodistas, los medios precisos para no ser derrotados.
Las intemperancias de los que así escribieron en diarios locales fueron recogidas por los diarios de Barcelona. Y uno de ellos exclamaba:
- ¿Cómo han de ir los nuestros a jugar en estas condiciones?
De modo que la falta de ponderación en la palabra, la carencia del sentido generoso del buen donostiarra, hizo que los mismos donostiarras ofreciesen a los adversarios - no enemigos, por nuestra parte al menos - (ofreciesen) argumentos firmes a quienes había de utilizarlos a fin de explotar la sentimentalidad de los suyos, que en este caso eran rivales de la opinión expuesta por aquellos periodistas.
No supieron escribir antes sino con el feroz, frenético apasionamiento propios de la incultura y la sinrazón. Y si no había aquel apasionamiento había desmedida falta de criterio periodístico, asombrosa incomprensión del leal y siempre notabilisimo proceder de los donostiarras. Cierto que en nuestra colectividad apasionados reprensibles por su proceder, pero no es menos cierto que en todas las grandes poblaciones y en los pequeños pueblos existe esa minoría, proporcionalmente, que no puede ser base para ponderar el grado de ineducación y de incultura de una colectividad.
Consideramos incurso en el delito de antidonostiarrismo generoso al que ha escrito las palabras: "San Sebastián tiene el tejado de europeo y los cimientos de cafre". La blasfemia ha sido proferida. San Sebastián está en la obligación de exigir al blasfemo una reparación moral.
Más exigible cuando en donde tal se escribió habían escrito, pocos días antes, lo que podía servir de base para una violencia deportiva que nosotros hubiéramos lamentado.
En Barcelona, en Zaragoza, en Badajoz, en Madrid, en Valencia, en otras muchas ciudades ocurrieron hechos deportivos en los cuales centenares de personas infirieron grave daño a las normas de hidalguía. Pero no hubo periodistas, ni periódico que hablasen de inculpaciones a la ciudad, de que los cimientos de la ciudad eran de cafre.
San Sebastián tiene setenta y cinco mil habitantes. Sesenta de ellos cometen ligero atropello, y esos sesenta son muchachos sin cédula de ciudadanía. ¿Es posible hablar de hordas, de vándalos, de cafres y de que la honra de la ciudad está a merced de una piedra de esos indocumentados? El honor no puede estar, ni está, a merced de un chico sin noción de que significa en la vida del hombre y de la población. Es preciso exigir responsabilidades a quien las tiene, no a una muchachada irresponsable, quizá lanzada al acto violento por aquellos que luego han proferido denuestos contra San Sebastián.
La primordial manifestación de cultura debe manifestarse en quienes para censurar el insulto de unos irresponsables, por el número y por la calidad, no insultan a la propia ciudad, a los suyos que han sido ajenos, en mayoría desproporcionada, a la pésima acción de unos cuantos.
Y ha sido más vergonzoso mezclar no a las turbas, no a la masa, no a un sector local sino a la Ciudad en acción a la que la Ciudad ha sido ajena y nunca puede serle imputada. Pues ¿qué representación donostiarra hubo ante el Hotel Biarritz en el momento que unos chicuelos inconscientes lanzaban una docena de piedras contra los cristales?¿Qué elemento- hablamos en singular para valorizar nuestra protesta - de significación netamente local hubo entre seis docenas de muchachos?¿Cabe hablar de tejado europeo y cimiento de cafre por aquella reprobable actitud de unos chiquillos, alocados quizá por el veneno deportivo que les hicieron ingerir los mismos que luego colocan a San Sebastián en deshonesta actitud violenta, propia de quien tiene que domar sus pasiones para depurarlas y hacerlas dóciles al sentimiento de la vida cordial.
La torpeza ha sido tan peregrina como la inconsciencia de quienes así han hablado y tales despropósitos han escrito.
San Sebastián nada tiene que ver con los cuatro chicos, el mayor de catorce años, detenidos por producir incidencias que están comprendidas en una modesta medida de represión gubernativa.
No tomen en vano el nombre de la Ciudad. Y, sobre todo, los que tienen culpa de la algaradilla callejera no hablen, que incurren en blasfemia antidonostiarra, de que San Sebastián tiene "tejado de europeo y cimientos de cafre".

( EL PAÍS VASCO (Diario Independiente). Miércoles, 2 de Enero de 1929. Número 1.783)

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