AQUEL mozo más bien bajo y algo rechoncho dio el salto que muchos jóvenes de su época se vieron obligados a dar. De su pueblo natal, Velilla del Duero en Valladolid, perdido entre las tierras mesetarias y en los páramos en los que trincaban las liebres y pateaban los cazadores cuando se levantaba la veda, marchó a Cuba en aquellos últimos años de nuestro imperio colonial, cuando ardía la guerra en la perla antillana y en las lejanas islas del Pacífico.
Al volver a España terminada la guerra, vino a San Sebastián y comenzó a trabajar como camarero en el Café Oteiza. Se llamaba Florentino Rojo y estaba llamado a convertirse en el magnate de los cafés donostiarras. Pronto sería el encargado del café, despertándose en él dotes de iniciativa y de organización.
Pocos años después era propietario de un café y luego de otro siendo en un momento determinado de cuatro: el Café del Norte y el de la Marina en el Boulevard, y el del Rhin y el Royalty en la Avenida de la Libertad.
Supo aprovechar la edad de oro de los cafés, cuando la guerra europea, 1914-18, volcó sobre San Sebastián "aquella fauna heteróclita y hasta multitudinaria de refugiados y huidos de todos los pueblos beligerantes, entre quienes bullían o se agrupaban ex ministros, espías, contraespías, desertores, revolucionarios, vividores y gentes que sólo aspiraban a vivir, artistas, patriotas y apátridas, diplomáticos, hampones de alto y bajo copete, jugadores, mujeres equívocas y bellas...", según escribía años después un cronista de la época.
En aquellos años, no sólo se tomaban aperitivos y cafés en aquellos establecimientos que daban cobijo a tertulias interminables entre los parroquianos y a viajantes que sobre las mesas de mármol hacían sus cuentas, sino que se oía música, se veía cine y se podían leer los periódicos de aquí, los de madrid y del extranjero. Y entre la gente cómodamente sentada circulaban los "echadores" repartiendo por las mesas leche y humeante café.
Florentino Rojo impuso su personalidad a sus cafés. Aunque nacido en otras tierras, era un donostiarra más que paseaba con su sombrero de paja en cuanto apretaba el sol como adelantándose a la temporada veraniega.
Lo que fue Arana para los espectáculos taurinos en los veranos de nuestra ciudad, lo fue Florentino Rojo para los cafés donostiarras.
Fue trayendo de su pueblo a familiares que trabajaron con él o se independizaron abriendo otros cafés, como los recordados café Madrid y café Raga en la Avenida.
Murió Florentino Rojo en Madrid el 14 de junio de 1952.
(KOXKAS - R.M. - DV. VIERNES 11 de Junio de 1999)
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