miércoles, 10 de diciembre de 2025

11-LA PLAZA DE TOROS


El origen de la Plaza Nueva fue que como la autoridad mi-litar negó permiso para correr toros en la suya-la Vieja, tanta era la afición taurina de aquellos donostiarras que derri-baron casas, ocuparon solares y habilitaron otra para sus bue-yes y corridas. Todo esto sucedió en 1722.

Cumplió la Plaza Nueva su duro oficio aliviado a veces con otros más suaves espectáculos hasta 1851, en cuyo 16 de agosto se inauguraba otra plaza de toros, totalmente de madera, situada en el punto ideal de las conjunciones de las actuales calles de Urbieta, San Marcial, Loyola y Avenida.

Por aquel ruedo pasaron los mejores matadores de la época. ¡Cuántos aplausos a sus mejores faenas, cuántos alborotos en sus días aciagos!

Bien podemos imaginar el entusiasmo de los donostiarras ante esa conjunción de oro, seda, sangre y sol que son las co-rridas, crueles e inhumanas si se las juzga serenamente.

La placita esbelta y eliptica, renovada con el maderamen que la mar arrojaba a la arena después de algún naufragio, ter-minó condolida de la sangre que había visto derramar con tan-ta inutilidad.

Por eso, arrepentida, sirvió de albergue para los necesitados en épocas de epidemias. De depósito de carbón mineral. De al-macén municipal. De escenario para ejercicios de volatineros modestos que así ganaban el sustento.

Su final fue bueno y útil, mucho más que su vida violenta y gritona.

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