miércoles, 10 de diciembre de 2025

24.-CONFIANZA Y ESPERANZA


Para que la visión final de este periodo, que nos sitúa en el pórtico del San Sebastián actual, sea más alegre, hablemos de dos cosas consoladoras.

Una, de un suceso extraordinario con apariencia de milagro.

Fijemos la mirada en lo alto de Urgull, en nuestro Castillo, vinculado de nuevo con nuestro pasado como si fuera la causa de nuestra existencia. Otra vez interviene en nuestra historia.

Era el 5 de diciembre de 1688. A las cuatro de la tarde enfi-la por el mar una tormenta. Ya rasgan los relámpagos el cie-Io y retumba el trueno. Cinco rayos caen a la vez en San Se-bastián y uno alcanza de lleno el polvorin del Castillo,

La explosión, atronadora, conmovió muchos cimientos. Son de suponer saltando por los aires ochocientos quintales de pól-vora negra, cuerda, mecha, quinientos arcabuces y mosquetes y todas las balas y bombas. Piedras y maderos cayeron como lluvia sobre las calles donostiarras. Murieron cuatro vecinos. Hubo muchos heridos.

Bien pronto los soldados recorrieron la fortaleza y recono cieron los daños. Que no fueron pocos ni pequeños en puertas, ventanas y rejas. El Gobernador estaba vivo, aunque malamente herido, medio sepultado entre las ruinas.

Cuál no sería la estupefacción de aquellos militares al des-cubrir intacto el Cristo de la fortaleza, con la lámpara de aceite encendida, entre polvo, cascotes y tierra.

Aquel crucifijo llevaba allí muchísimos años. No era cómodo visitarle por la distancia que habia que andar y porque no todos los días se autorizaba el paso por el monte a los donostiarras.

Y sin embargo, ¿cuántos subían para rezarle, llegando fati-gados hasta la cima de Urgull!

Pasaron los años. Se restauró el Castillo, también la capilla. Quiso hacerse un viacrucis. Quedó con el tiempo la capillita abandonada.

Entonces retiraron la imagen de allí y comenzó su peregrinaje. Primero, a un hospital militar de la calle del Campanario. Después, al cerro de San Bartolomé, donde estuvo aquel con-vento de jardines y viñedos. Por fin, al hospital de Atocha.

Siempre cuidadosamente atendido, velado por monjitas y por enfermos, hace tres años, en el centenario 1963, fue repues to en su primitivo emplazamiento, en el Castillo, entre piedras viejas, al abrigo del sol, de la lluvia y del viento, en su capilla restaurada.

Y la segunda y última cosa, bulliciosa y llena de colores: la Tamborrada.

Pero, ¿cómo se originó la Tamborrada?

Hay muchas versiones. La más acertada y la más firme-es la que os voy a relatar.
Junto a la iglesia de San Vicente hay una fuente. No tiene lápida, y debiera tenerla. Es una fuente legendaria, como lo fue la existente en la muralla de la Plaza Vieja, coronada por un león que podemos ver hoy en la Plaza de Lasala. No quedan nin-guna excepto esas dos de aquellos años -1700-. Había la llamada del Chofre-por estar situada en terrenos de la propie dad de un tal Jofre de Yarza, recordaba hoy al hablarse de la Plaza del Chofre o de Toros-, la del Muelle, las cuatro del Paseo de San Francisco y la de la Salud.
Tuberias, caños, manantiales y fuentes de Olarain, Osa-sun-iturria, Morlans, Madrigal, Lapazandegui y Moneda, Erro-tazar y Choritoquieta, tantas veces destruidos por sitios, gue-rras o impetu de las aguas.
Al lado de aquella fuente de San Vicente, hecha hacia 1720 por el francés Francisco Geney, profesor de hidráulica en Bur-deos y en Paris, un panadero desconocido cantaba mientras sus barriles se le llenaban de agua.
Distraeria asi su cansancio o su aburrimiento.
Ya le acompañaban algunas mujeres y algunas muchachas golpeando con sus cántaros en la piedra de la fuente y siguién-dole la cantinela.
Al grupo se agregó enseguida un soldado uniformado. Y otro. Y más hombres y algunas mujeres.
Al oir aquel coro se habrán abierto algunas ventanas, por las que salían reflejos de lámparas de sebo o aceite.
¡Qué extraña aquella vispera del dia del Patrono! Oscure-cer acaso estrellado y frio, con azul que pinchaban las torres chatas de Santa María y de la contigua San Vicente. O nublado, Iluvioso o de nieve. Era, desde luego, una noche vulgar y co-rriente. Hoy nos cuesta imaginarla asi.
Aquel momento y aquella ocasión iban a ser históricos.
Años más tarde, el maestro Sarriegui el gran músico po-pular recogió la tonadilla y la enriqueció hasta convertirla en esa marcha que os lanza por nuestras calles en la mañana del 20 de Enero...



No hay comentarios:

Publicar un comentario