martes, 16 de diciembre de 2025

XV San Sebastián en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX

 XV San Sebastián en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX 

EVOCACION DE CASOS Y COSAS, EFEMERIDES LOCALES Y CURIOSIDADES 

Aficionado como todo anciano a recrearse con sus recuerdos, cuando en algunas reuniones de viejos amigos, entre los que figuraban también jóvenes, nos rejuvenecemos relatando y reviviendo hechos y personas, soy requerido para que los dé a la publicidad, pues parece que interesan a los que escuchan. No me he decidido a ello, por creer que es un tema más propio de una charla íntima entre amigos, que no para una publicidad, por su intranscendencia, pero ante su reiterada insis- tencia y con la benevolencia de los lectores, a los que temo defraudar, ya que es difícil extractar el ambicioso epígrafe de años de vida donos- tiarra en un artículo limitado, por lo que daré lugar a tratar de cosas personas que para algunos no tengan interés y, en cambio, haya otros que aprecien omisiones que ellos consideran importantes. y Por los años de 1880, la vida de San Sebastián estaba concentrada en la Parte Vieja. Allí se hallaba el Ayuntamiento en la Plaza de la Constitución, hoy 18 de julio, en el edificio en que hoy está instalada la Biblioteca Pública Municipal; en sus sótanos estaba lo que se llamaba la perrera, el calabozo que se utilizaba para detención preventiva de borrachos, vagos y maleantes; los celadores, serenos que constituían la Guardia Municipal; en el n.° 16 de dicha Plaza, estaba la Jefatura de la misma. La Plaza tenía una importancia extraordinaria, pues en ella se celebraban los festejos populares, las comparsas de Jardineros, las de Caldereros de la Hungría, las Iñudes y Artzaias, etc., además de la clásica Feria de Santo Tomás y la soca-muturra, para la que ocupaba el centro del piso de la Plaza, una argolla que servía de eje a los movimientos del buey ensogado. Allá formaba la Escolta Real, cuando sus Reales Majestades y sus visitantes, como la Reina Victoria de Inglaterra, eran recibidas en la ciudad. Entre los Alcaldes que conocimos en los últimos años del siglo, podemos recordar a don Gil Larrauri, a quien el Director de «La Voz de Guipúzcoa», don Angel María Castell, le dedicó una crítica festiva en verso, porque un verano mandó a la Guardia Municipal unos pantalones de dril, que decía: ¡Ay don Gil, don Gil el de los calores - Qué bien van los celadores - con pantalones de dril! Recordamos también a don Víctor Samaniego, abuelo del Marqués actual de Murua, a don Manuel Lizarriturry, abuelo del anterior Alcalde, don José María Elósegui, a don Joaquín Lizasoain, a don Miguel Altube, al Conde de Torre Muzquiz, autor de los famosos rigodones vascos, y a don Sebastián Machimbarrena último Alcalde del siglo XIX y primero del XX. En la Parte Vieja, estaba la Audiencia Provincial en un palacio de la Marquesa de la Laguna, en la calle de Puyuelo, hoy Calbetón n. 25, donde está el Círculo Tradicionalista y en los bajos del Bar Eguía, y enfrente, en la casa número 30, en la que aparecen sendas lápidas que recuerdan que en ella nacieron los próceres donostiarras don Fermín Lasala y don Fermín Calbetón, casas que hoy ocupa sus bajos la Amuebladora Donostiarra. Los Presidentes de Audiencia que conocimos en el edificio citado, fueron don Cosme Damián Churruca, padre del recién fallecido Marqués de Aincinena y de don Félix, último Jefe de Miqueletes, también, don Buenaventura Barcáiztegui, don Godofredo Besson, don José Castro Arés y don Romualdo de los Ríos, hasta que pasaron al nuevo Palacio de Justicia en la calle de San Martín. Los Juzgados Municipales y de Instrucción, estaban en un edificio desaparecido ya, en la Plaza de las Escuelas, hoy de Sarriegui, en cuya planta baja estaba instalado el Cuarto Socorro, en el piso principal el Juzgado de Instrucción y en el segundo el Municipal. Este edificio, cuya fachada posterior daba a la calle de San Juan, no tenía acceso a los pisos y únicamente disponía de los bajos, donde estaba instalada la Alhóndiga Municipal. Con la desaparición del tal inmueble, ha quedado la Plaza muy lucida, pues han desaparecido también las dos oscuras y estrechas callejas que se formaban a derecha e izquierda de la casa Judicial. La actual Plaza de Zuloaga la conocimos como cuartel de los Regimientos de Infantería y lo que hoy es el Museo, era el Parque de Artillería. Como es natural, eran locales vedados a la entrada del público civil. Cuando los Regimientos de Infantería iban a hacer la instruc. ción al campo de maniobras como se llamaba entonces al arenal de Ondarreta, salían de la ciudad a las dos de la tarde, pasando por las calles 31 de Agosto, Mayor, Hernani, Avenida, Easo, hoy Víctor Pradera, Zubieta, Concha, hasta Ondarreta y el regreso por las mismas vías en sentido contrario. Como quiera que el espectáculo era diario durante el otoño, invierno y primavera, cuando acompañaba el tiempo, constituía un espectáculo al que se abonaba mucho público, así como a las misas dominicales a las que además de la Infantería que la oía en San Vicente, había otra en Santa María a las once y media a la que bajaban los artilleros del Castillo, donde tenían su cuartel y coincidían con los alumnos del Colegio de Pena, por lo que considerándolos como compañeros, nos eran más simpáticos. Además, la Parroquia de nuestro Colegio era más importante porque era Parroquia Matriz y todos los actos religiosos importantes se celebraban allá. En el solar que hoy ocupa la calle de la Trinidad, estuvo la cárcel correccional, hasta que fue trasladada a Ondarreta. Los días de Jueves Santo y Viernes Santo, en que se visitaban los Monumentos, la calle 31 de Agosto estaba bordeada, por ambas aceras, por pobres mendicantes, a quienes ese día se permitía la mendicidad También dejaba en nuestras mentes juveniles un recuerdo un poco trágico, una mesa petitoria del atrio de Santa Мaría, con una sobremesa roja y junto a la bandeja unos grillos, grilletes, esposas, cuerdas, etc., artefactos carcelarios con los que se pretendía conmover los corazones de los donantes en favor de los que estaban sometidos a su uso. Aunque yo no llegué a conocer el correo que había dentro de las murallas, puede verse aún, ya cegado, en la pared de la casa n.º 29 de la calle Narrica.

XEl Mercado de la Brecha, ocupaba el mismo sitio que en la actualidad, así como la Pescadería, pero ésta tenía solamente una planta semicircular y en la puerta que daba a la calle de San Juan entre las calles de Pescadería e Iñigo, había un establecimiento balneario que se llamaba Gazi-gezac, en el que sobre todo el verano se veía entrar a menudo un carro de bueyes que portaba barricas llenas de agua de mar montones de algas, con las que se preparaban baños salados con algas, remedio muy en boga en aquellos tiempos para afecciones reumáticas. Tenía un patio cerrado con una verja que utilizábamos los muchachos para encaramarnos cuando los bueyes hacían alguna carrera al correrles por las calles. y El Matadero estaba detrás de la Pescadería, en la puerta que daba a la calle de Santa Ana, hoy desaparecida, junto a la muralla, hasta que el 15 de julio de 1889 fue trasladado a Cemoriya. Había dos Colegios particulares para muchachos, uno en la calle de Campanario, dirigido por don León Sánchez y su adjunto don Robustiano, otro, el Colegio de Pena, que ocupaba la casa n.º 1 de la Plazuela de Lasala, éste dirigido por don Toribio Pena, con quien colaboraba su hijo Pepe y más tarde su otro hermano Eugenio, ambos graduados, tuvo mucha fama, pues tenía internado y un cuadro de profesores, con los ingenieros don Nicolás Bustinduy, Director de la Escuela de Artes y Oficios, don Adolfo Comba, don José Cruz, Contador del Ayuntamiento, don José Insausti, Secretario que fue del Ayuntamiento de Rentería y don Ernesto O'Mehager y don Vicente Arangoa. En este Colegio ingresé el 1.° de octubre de 1892 para cursar el tercer año de Bachillerato, hasta el año de 1894, en que lo terminé, pues los dos primeros años los hice por libre en mi pueblo. En la misma Plazuela de Lasala, donde hoy se alza el n. 3, se halla- ba el Hospital Militar y donde se hallaba hasta el año pasado la De- regación de Hacienda, en el bajo, había un almacén y comercio de hierros de don Fausto Echeverría, abuelo de nuestros amigos los Vega Seoane Echeverría, y, más al fondo, los almacenes de la Casa Mercader, propietaria de los Mamelenas, conocida flota pesquera. En su plazoleta trabajaban los rederos que fabricaban y recomponían las redes y artes de pesca. En los pisos de la casa estaba la Unión Artesana, hoy decana de las Sociedades donostiarras, que cumplirá su centenario y hoy está domiciliada en la calle de Soraluce esquina a la de San Juan, de- trás de San Vicente.

La proximidad del Colegio al muelle y el estrecho callejón que une a ambos, nos invitaban a aprovechar en los momentos de recreo, la ocasión de burlar la vigilancia de los bedeles del Colegio, para hacer escapatorias y hacer amistades con marineros, grumetes y maquinistas У fogoneros de los barcos de cabotaje, quienes nos contaban peripecias, unas verdaderas y otras fantásticas, para que los admirásemos. Conocimos al personal del «Bayonés», «Fernández Sanz», «Galicia», «Norte», «San Miguel», el pailebot «Rafaelito», las balandras que venían de Zumaya con cemento, etc. Sobre todos los veleros que venían con madera del Báltico para las casas de Urcola y Múgica, los bergantines que traían bloques de hielo natural de Suecia y Noruega para las cervecerías de don Luis Kutz, cuya fábrica estaba en Ategorrieta, donde hoy está el convento del Servicio Doméstico y para la de su hermano don Benito, que continúa en el Antiguo. Pero nuestra felicidad se veía colmada cuando veíamos alguna corbeta o bergantín goleta (aprendimos a cо- nocerlas por su arboladura), que traía coloniales, café, cacao, azúcar, etc. Lo que más nos interesaba era este último colonial, pues venía en sacos que se conducían por parejas de bueyes que tiraban de una «lera», especie de trineo que usaban los caseros para caminos arcillosos, en castellano se llaman «narrias». Mientras uno de los rapaces distraía al boyero, otro, con un cortaplumas, abría paso al azúcar que los que venían detrás iban llenando sus bolsillos. Nuestra mentalidad nos permitía creer o suponer ante el que nos recordaba la triquiñuela, que el único culpable era el del cortaplumas, pues los demás recogían lo que caía al suelo. El comercio estaba bien representado en la Parte Vieja, sobre todo el de coloniales al por mayor. En la calle de Ingentea, Aurrecoechea, en la Plazuela de Lasala, oficinas de Lizasoain y Marqueze, en la calle Mayor, Isaac, León e Hijos, la Ferretería de Barandiarán, la Delegación de la Compañía Trasatlántica Española en Embeltrán esquina a San Jerónimo dirigida por el señor Calisalvo, la Juguetería y Ferretería de Bolla en Puerto esquina a San Jerónimo, Campa, esquina Mayor y Puerto, Baroja, en la Plaza de la Constitución, Bianchi, en la calle del Pozo, hoy Alameda 16, etc. a Entre los Gobernadores que recordamos de nuestra época de bachillerato, figuran apellidos que aún se recuerdan, como el señor Pérez Caballero, padre del que más tarde fue varias veces Ministro y don Patricio Aguirre de Tejada a quien S.M. otorgó el título de Conde de Andino, con motivo de celebrarse su mayoría de edad, don Godofredo de Besson, Presidente que fue de esta Audiencia, abuelo de los conocidos señores de Zulueta, el señor Barrios, que le tocó durante su Gobierno el mal trago del asalto y motín consiguiente del 27 de agosto contra el señor Sagasta, Presidente del Consejo de Ministros, el Conde de Ve. lilla de Ebro, a quien se murió ahogada una hija en la playa de Gros y fue, entre otras cosas, para que se iniciase una campaña contra el uso de la misma, alegando su peligrosidad, etc., y como Presidentes de la Diputación, don Francisco Zabala, don José Machimbarrena, don Ladislao Zavala, el Marqués de Valdespina, don Joaquín Carrión, don Ramón María Lilí, etc. De los Alcaldes que ha habido durante lo que va del siglo XX, más adelante daremos una relación, que pasa de los 33, de entre los cuales he servido como funcionario municipal a 30.

 La manzana que ocupa la Diputación estaba utilizada toda ella por servicios oficiales. En el centro estaba la Diputación, en su parte derecha las oficinas de Correos, en cuya parte derecha de la puerta estaba el buzón, que era una gran cabeza de león, por cuya boca abierta se echaban las cartas; en el primer piso las oficinas, en el bajo la cartería en el segundo la Delegación de Hacienda, regida por el señor Meléndez, que tenía bastantes menos preocupaciones que los actuales Delegados, pues este servicio, en realidad y en virtud del Concierto Económico, prácticamente estaba encomendado a la Diputación Provincial; en la puerta de la izquierda, estaba la entrada al Gobierno Civil, y en el bajo, donde está la Tesorería de la Diputación, se hallaba lo que hoy se llama Comisaría y entonces la Delegación (la Delega, como decían los castizos), porque el Jefe de la Policía Gubernativa se llamaba Delegado de Orden Público. Allá conocimos al abuelo del popular periodista donostiarra Ureña, que con su prestancia, su gran bigote y sus galones plateados de sargento, guardaba la entrada y tomaba de visu a todo el que entraba por primera vez, su filiación. Los arcos de la Diputación siempre estaban muy animados, pues en la puerta del Gobierno Civil, dos o tres números de la Guardia Civil, en la de la Diputación otros dos o tres miqueletes, y en la de Correos la guardia que unos soldados del Ejército, que había día y noche, atraían a las niñeras, sobre todo los días de lluvia. La fachada de la manzana que daba a la calle de Pe- ñaflorida, estaba ocupada en el entresuelo por el Laboratorio Munici- pal y los pisos superiores por las Escuelas Públicas; la fachada de la calle de Garibay, era la Fábrica de la Tabacalera, cuya puerta de entrada sólo se abría a horas exactas para ingreso y salida del personal, yа que por lo demás no se permitía su utilización, como si fuera una cárcel, con un portero muy bondadoso y atento, que con la hermosa barba у su sonrisa bondadosa, no tenía aspecto de carcelero y transmitía los re- cados y encargos para las cigarreras, pero no dejaba entrar a nadie. No nos explicamos a qué podía obedecer, como no fuera al temor de que raptasen a las cigarreras, que tenían fama de belleza, y en realidad lo eran, constituyendo la élite de la clase trabajadora, que luego pasó a las modistas cuando las cigarreras llegaron a la edad de jubilación. La entrada y salida de las cigarreras constituía un entretenimiento por las numerosas gentes que las esperaban, unos porque eran novios, otros porque aspiraban a serlo, otros porque las admiraban y algunos viejos tenorios, que preferían los días de viento y galernas, para ver con qué gracia se recogían aquellas largas faldas que se usaban y... dejaban descubrir un poco de tobillo. Estos eran también los que iban los días de lluvia y viento a los arcos de la Plaza Vieja, a la parada de los tran- vías, con el mismo objeto.

La cuarta fachada que da a la calle de Andía, era el Instituto Pro- vincial, donde a pesar de las preocupaciones de las clases y exámenes, pasamos los mejores años; enfrente, donde hoy está la Residencia y Capilla de los Jesuítas, estaba el Teatro del Circo, donde vimos muchas veces la Compañía internacionalmente conocida de Micaela Alagria. En su primer piso estaba la Sociedad «La Fraternal», muy popular y sim- pática, madre de la Unión Artesana y las demás Sociedades Recreativas de San Sebastián, organizadora de toda clase de festejos, compar- sas, funciones teatrales, bailes, mascaradas y cuantos espectáculos de alegría y buen humor koxkero, pudieran hacer olvidar las penas y con- trariedades que pudieran afectar a los donostiarras. El Circo, era una hermosa edificación de buena capacidad, como puede apreciarse en lo que hoy es iglesia y que conserva la forma circular del circo, cuyo altar mayor ocupa el antiguo escenario. Por este Teatro desfilaron los mejores artistas del mundo, desde la soprano norteamericana Emma Nevada, que estaba considerada como la mejor de aquella época, hasta Gayarre, desde Mario y Vico hasta Romea y Vilches, desde Sarah Bernard hasta Matilde Díaz y María Guerrero. Funciones de aficionados como la Opera Vasca de don Serafín Baroja, раdre del novelista «Pudente», hasta «La Princesa de Kanibalia» y «La Manolada», compuesta y representada por actores que todos se llamaban Manolo y se estrenó el día primero de año, Santo de los Manueles, «La Fraternal» ha puesto en escena para regocijo de sus paisanos.

La Plaza de Guipúzcoa, en la totalidad de su cuadrilátero, era porticada, y en sus arcadas estaban establecidos los mejores comercios; en el arco del ángulo Elcano-Peñaflorida, la juguetería de Campión, una de las mejores de España, en el n.º 1 de la Plaza, esquina a Elcano, la farmacia de Usabiaga, abuelo del propietario de la que actualmente lleva ese nombre en el n.º 4 de la calle de Idiáquez, en el n.° 2 había un almacén y comercio de telas y lanas que se llamaba <«Los Pirineos Orientales». En el n.º 4 estaba en los bajos, el Café Colón, y en el entresuelo un Casino, el «Círculo de Colón», que aunque llevaba el mismo nombre que el café, era independiente del mismo y a continuación la juguetería de Ayani. En la fachada paralela a la Diputación, esquina a Bengoechea, estaba la droguería de la viuda de Tornero, a continuación, la primera charcutería francesa en San Sebastián, de Machefert, que aún subsiste bajo otro nombre y otro propietario; seguía la peluquería de Mr. Laborde, la farmacia de don Manuel Tornero, la casa Lazcanotegui y en la esquina de Idiáquez-Plaza de Guipúzcoa, la casa de coloniales de Abons, donde diariamente y en la acera contigua, se tostaba el café a la vista del público, despidiendo un aroma tentador, cuyo recuerdo estimula todavía a los aficionados al café-café, por el que suspiran. La fachada que está entre Idiáquez y Churruca, después de la guarnicionería, venía la famosa Pastelería y Restaurante de «La Urbana», seguía a ésta un lujoso establecimiento de don Mariano Arnao, que se llamaba «Le Dragon Bleu» y a continuación, en la esquina de Churruca, el establecimiento de Lotería Nacional, creo que era el n.° 1, de! señor Ynstander. Enfrente y en la otra acera de Churruca-Andía, en el porche solitario, donde hoy se halla la casa de ropa blanca de niños y la camisería de Aristizábal, estaba el restaurante más elegante y aristocrático, como se le llamaba entonces, «La Mallorquina», con una clientela selecta. 

Los cafés que había entonces, eran el «Café Oriental», en la Plaza Vieja, actual parada de trolebuses; «La Marina», en la esquina de Garibay y Alameda; el del «Norte», de Eustaquio Irureta, que luego se trasladó a la Alameda esquina Legazpi, donde luego estuvo «El Barato»; el de Muguerza, en la esquina Alameda-Oquendo; el de Europa, en Hernani n. 5 y el de Oteiza en los bajos del actual edificio del Ministerio de Información y Turismo, antes Club Cantábrico. Luego vinieron los modernos cafés Kutz, Rhin, Royalty, París, Madrid y otros más que ya han sido sustituidos por las cafeterías que conocerán mejor los actuales vecinos de la Ciudad, que este nonagenario. Los hoteles más conocidos eran «El Parador Real» en la calle Mayor n.° 1, llamado así porque pararon en él algunos reyes que pasaron por San Sebastián antes del derribo de las murallas. El hotel «Ezcurra» entre Santa Catalina, Camino y Oquendo, el de «Londres> que estuvo en la manzana que hoy es propiedad del Banco Guipuzcoano y Caja de Ahorros Provincial, que está encuadrado por la Avenida, Guetaria, San Marcial y Fuenterrabía. Este hotel, cuando se parceló este solar, pasó al que hoy ocupa con ese nombre en la curva Avenida-Víctor Pradera y Concha. En su lugar se edificó otro, con el nombre de «Hotel du Palais». El «Hotel Berdejo» en Igentea 3, que luego se trasladó a Guetaria 7. El hotel «Continental» en la Concha y más recientes el «Biarritz», «Excelsior», «Niza», «Hispano Americano», «Europa», etc., que son relativamente recientes. 

Cuando nosotros, me refiero a los de nuestra generación, empezamos a ejercer en San Sebastián, la Ciudad tenía unos 30.000 habitantes, unos 28 ó 30 médicos y 11 farmacias. De los médicos, recuerdo у cito a algunos porque sus nombres y apellidos son todavía conocidos v algunos los recordarán con afecto, como son: don Manuel Zaragüeta, don Galo Aristizábal, don Fernando Tamés, don Manuel Pérez Icaza- tegui, don Luis Alzúa, don Hilario Gaiztarro, don Ramón Umérez, don Ricardo Muñagorri, don Antonio Miranda, don Juan José Celaya, etc. Téngase en cuenta que aún no había especialistas propiamente dichos, es decir, dedicados exclusivamente a una especialidad, y sí solamente hacían medicina general, aunque por su mucha clientela veían más enfermos de determinadas enfermedades. Como especialistas que no visitaban más que determinadas afecciones, conocimos a Umérez como oculista y a Gaiztarro como cirujano, que fue el primero en ejercer la cirugía como especialista en la Provincia, pero además de ser médicos generales, en caso necesario se les llamaba en consulta, para partos a Zaragüeta y a Pérez Icazategui, igualmente, para niños, para sistema nervioso, a Muñagorri, aparato respiratorio, Alzua, etc. A medida que progresaba la medicina, los afectos a determinadas afecciones, que pre- ferían la especialidad a la medicina general, comenzaron a ir a clínicas extranjeras y a ponerse al día y volvieron con diplomas que acreditaban su asistencia a las consultas de distintos hospitales y su aprove- chamiento. Así comenzó el ejercicio de los especialistas en San Sebastián, de la que hay una pléyade de ellos, aún en las más difíciles y raras enfermedades, pudiéndose mostrar en el día de hoy, que San Sebastián puede estar orgullosa de su cuerpo médico por su competencia y ética profesional. Hoy cuenta aproximadamente 320 médicos, y la Provincia 362, de los que el que posee el título más antiguo de la Provincia y por tanto de San Sebastián es el que suscribe, aunque hay todavía uno que le excede en edad, pues empezó y terminó su carrera un año después. Esto no lo cuento como mérito, pues no es más que suerte, por vivir más que los demás, pero que apenas compensa el ver que uno va perdiendo amigos entrañables y va quedando solo, sin amigos, aunque conozca y reciba atenciones y consideraciones de parte de los hijos y familiares de los que pasaron a mejor vida. Y no nos pongamos serios, que aún vivimos. 

De farmacias, recuerdo en la Parte Vieja, la de don Modesto Ayala, que hasta que fue designado don Angel Calles con obligación de residir en el Hospital de Manteo, como don Luis Alzúa, de médico de Guardia, atendía con visitas periódicas a aquel centro; la de don Adalberto Matilla, en la calle del Puerto esquina a Mayor y que aún sigue allá y la antigua de Irastorza, que luego pasó a ser de Tellería y ahora es de Yurrita. Esta farmacia cumplió su centenario el día 3 de agosto de 1919, que lo celebramos con una cena cuyo menú entregué a la Cofradía de Gastronomía, como documento histórico. Una, en el Boulelevard, esquina a San Juan, de Eguino, dos en la calle de Hernani esquina de Peñaflorida, de Vidaur, y otra en Hernani n.º 19, de Mr. Orfois, un francés que montaba mucho a caballo. A esta farmacia vino después el señor Casadevante, Director del Laboratorio Municipal y cuando este señor trasladó su farmacia a la calle de Garibay, contigua a la Residencia de los Jesuítas, pasó don Plácido Carrión. En la Plaza de Guipúzcoa n.º 1, estaba, según hemos indicado, la de Usabiaga y la de Tornero, en la calle Loyola esquina a San Marcial, la de Minteguiaga y la de Aguirrezabalaga en la de Urbieta 2 esquina a Avenida, y en la de Miracruz la de Alzúa. Como en aquellos tiempos apenas había espectáculos, pues no se conocía el cine, no había más teatro que el Principal que daba funciones los jueves y domingos por la noche, cuando raras veces había Compañía, y los domingos que llovía, también por la tarde eso; que así como ahora se saca a subasta su arriendo, entonces el Ayuntamiento abonaba el importe del gas consumido por el alumbrado del Teatro, el del servicio de seguridad de los bomberos y a veces, subvencionaba a las Compañías. El Circo se abría pocas veces, pues las dos o tres Compañías que trabajaban en España, al tener que recorrer las principales capitales, no podían dar de sí para largas temporadas. Así que las tertulias eran un recurso para pasar el tiempo que no corría tanto como ahora en que antes de terminar un plan, ya estamos empezando otro. Las farmacias eran lugares para descanso de los médicos y para entablar conversaciones; en la de Usabiaga, se trataba de política y allá no teníamos acceso los jóvenes, pues eran los que llamábamos personas mayores que trataban de las cosas serias de la Ciudad. Los Jamar, Machimbarrena y otros, en una palabra, los principales accionistas y consejeros de «La Voz de Guipúzcoa», sobre todo en período electoral, eran los tertulianos más asiduos. En cambio, en la de Tellería, no obstante ser la mayoría de los señores mayores de ideas tradicionalistas, nos dejaban meter baza aún a los que no comulgábamos en ellas y discutíamos, unos atacando al Ayuntamiento, otros defendiéndolo, pero sin gritos, palabras gordas y con corrección. Allá nos reuníamos con don Raimundo Sarriegui, Monseñor Irazusta, don Joaquín Carrión, el Marqués de Valdespina, con su capellán de Astigarraga, con el señor Hériz, todos buenos amigos de Ramón Tellería, que como propietario, era el moderador. En verano proliferaban las tertulias al aire libre, como las de los cafés, donde no entraban las señoras, que sólo iban las noches de fuegos artificiales, con su esposo y sus hijos a tomar helados y limonadas de cerveza con limón. Al café, generalmente, se iba después de comer y salir de él para las cuatro de la tarde y no se volvía hasta después de cenar y para las diez y media se retiraban los clientes, salvo los trasnochadores, pues se cenaba mucho más temprano que ahora, desde que se generalizó el cine y se empezó a exhibir en los cafés la pequeña pantalla acompañada de sextetos que amenizaban los intermedios y descansos, comenzaron las señoras a frecuentarlos, aumentaron con los aperitivos que antes se tomaban únicamente los domingos con un vermut y hoy se ve que el número de señoras supera en los cafés y cafeterías al de caballeros.

La Audiencia Provincial y los Juzgados se trasladaron al Palacio de Justicia; los Cuarteles, a Loyola; así como el Frontón Beti-Jai, convertido en Circo, sustituyó al Teatro Circo de la calle de Andía, donde están hoy los Jesuítas; como Teatro, le sustituyó el Victoria Eugenia; la Fraternal, que se hallaba instalada en el principal del Circo, desapareció, siendo sustituída por la Unión Artesana en la Plazuela de Lasala; en una palabra, San Sebastián experimentó un cambio de aspecto que le hizo desconocida a quienes dejaron de verla en 4 ó 5 años. Por lo demás, la vida en sus relaciones sociales, apenas tuvo variaciones. Los bautizos se celebraban en la misma forma, yendo en coche a la Parroquia, con el padre y los padrinos, la doncella, que acompañaba en el pescante, bien ataviada, con su delantal blanco y el mejor vestido que poseía, iba muy ufana, exhibiendo una tarta de varios pisos coronada por una banderita si era niño, o un angelito o una flor si era niña, aquel día las familias de los amigos del recién nacido, reci bían una tarta. Los funerales se han simplificado también; los enfermos graves empezaban a ser objeto de preocupación, pues antes de haber fallecido, se ponía una mesa en el portal para que los amigos fuesen a demostrar su interés por el enfermo firmando; si se curaba, se retiraba la mesa, si fallecía, continuaba hasta su sepelio. La concurrencia al funeral, exigía varias demostraciones de pésame, como son: oir la misa, a los varones besar la estola durante el ofertorio, desfilando ante los que representaban a la familia en el duelo, a la salida dar el pésame y un apretón de manos, ir al portal de la casa mortuoria firmar, acompañar al cadáver hasta pasar el Puente, donde se despedía el duelo con otro apretón de manos, y aún los íntimos, acompañarle hasta el Cementerio. Conocimos un asistente muy cumplido en esta clase de ceremonias, que tenía a gala despedir el último en el besamano de la parroquia, para consolar a los familiares diciéndoles: «Mi más sentido pésame, han sido 136 ó 185», según el número de los que habían besado la estola. A propósito del rito de la estola, no resistimos a relatar una anécdota que presenciamos y que dió que hablar en San Sebastián, ya que era una pequeña ciudad, en la que todos nos conocíamos y se comentaba cualquier incidente y acontecimiento por fútil y vanal que fuese. El autor del suceso, fue un joven de familia conocida, perfecto y correcto caballero, pero que tenía la debilidad de cambiar de personalidad en cuanto llegaban las fiestas de Carnaval, no perdiendo un baile de máscaras, ni una reunión en que tuviera ocasión de disfrazarse. Además tenía fama de saber elegir disfraces muy adecuados para dar bromas nada molestas que comentábamos entre amigos por la gracia y corrección que empleaba para ello. Sucedió, que un día, miércoles de ceniza, hubimos de asistir a un funeral de una persona muy conocida y por tanto hubo una concurrencia desacostumbrada. El rito de besar la estola, sese practicaba, desfilando los asistentes durante el oferto rio por el centro del pasillo formado por los bancos paralelos, en los que sentados frente a frente los familiares y los amigos íntimos formaban el duelo, y generalmente terminaba antes de llegar al alzar, pero aquel día, por el número de asistentes, no fue así y en el momento del alzar, en que momentáneamente se suspendía, le tocó a nuestro amigo, arrodillarse en el centro del pasillo, para lo cual hubo de sacar el pañuelo del bolsillo. ¡Cuál no sería el asombro y la sorpresa de los familiares y amigos que formaban el duelo, al ver que al mismo tiempo que lo sacaba, se vieron inundados por una lluvia de confetis de colores que caían por los aires! La vergüenza y el mal rato que se llevó el autor del incidente, que no se podía considerar como irrespetuoso e irreve rente, por ser involuntario y por que dado su carácter y religiosidad, nunca hubiera sido capaz de hacerlo conscientemente, no es para ser descrito. Había olvidado que aún llevaba consigo restos de la fiesta del baile de la noche anterior. Fue un patinazo que nunca se perdonó, ni olvidó. No damos el nombre de nuestro avergonzado y apesadumbrado amigo, pero si entre los lectores hay algún aficionado a descifrar jeroglíficos, charadas, logogrifos y palabras cruzadas, daremos unas pistas para ver si lo descubren: Nombre, el de un Evangelista; primer apellido, el de un historiador vasco; segundo apellido, uno extranjero, y redondo... la solución... algún día. Hoy empezando por la Iglesia, se han simplificado estas costumbres, suprimiendo el número de apretones de manos que además del dolor de la pérdida de un ser queri do, tenían que soportar manifestaciones demasiado expresivas, que por repetidas, dejaban magulladas las manos de los deudos. 

Las relaciones amorosas han cambiado extraordinariamente. En nuestra juventud, por lo menos en San Sebastián, las muchachas de nuestra edad, estaban sometidas a un severo marcaje, como diría un foot-bolista, ninguna muchacha menor de 30 años, salía sola a la calle; la acompañaba una hermana mayor, una tía o su madre, cuando no, una de las doncellas de la casa, ni siquiera podía salir sola con otra amiga de su edad ni aún siendo compañera de colegio, así que envidiábamos a los madrileños que el verano venían acompañando a sus amigas. Cuando nos gustaba alguna muchacha, se traducía en miradas insistentes cuando una vez a la semana salían a pasear al Boulevar escoltadas por las inevitables mamás, tías o amigas solteronas. Los domingos por la tarde, si hacía buen tiempo, de paseo con la inevitable escolta, y al atardecer... a casita, hasta la semana siguiente. Durante los días de labor, a pasear delante de la casa, «Hacer el oso» se llamaba a esto y si veíamos una cortinilla que se levantaba con alguna frecuencia, era señal de que podíamos escribir clandestinamente, por supuesto, alguna carta citándonos, no para hablar, pues eso era imposible, sino para mirarnos, al entrar o salir a una novena, misa o función religiosa a la que podíamos acudir impunemente y también a esperar a que el coche de «Notre Dame», «Miracruz» о «San Bartolomé» dejase en su casa a la amada. 

Esto el invierno, cuando veníamos de vacaciones. Si la suerte nos era propicia, es decir, si no llovía, íbamos bien en esta guisa, pero si llovía... semana perdida y vacaciones acabadas. Y nada de pensar en escribir, sin entregar personalmente el mensaje a la doncella, previamente conquistada, cosa que no podíamos hacer desde nuestra Universidad. El verano podíamos tener un poco de conversación, pues durante el concierto de la noche en el Boulevard, las vigilantes mamás se sentaban en las sillas y las muchachas hacían escapatorias a Alderdi-eder, donde, simultáneamente, tocaba la Orquesta y con pretexto de que eran más aficionadas a ésta que a la banda, que la oían todo el año, nos permitíamos un poco de palique. ¡Qué diferencia entre las relaciones amorosas de entonces y ahora! Cuando se veía a un muchacho de San Sebastián acompañando a una muchacha por la calle, el noviazgo se consideraba públicamente oficial. Otro medio de contacto con el sexo opuesto, eran las bodas. ¡Cuántas relaciones y bodas han surgido entre invitados! Sobre todo cuando se puso de moda ir a casarse a Lezo. La comitiva salía de la casa de la novia, donde entre las amigas de los novios, se organizaban con mucha picardía las parejas que en cada landó iban a estar juntos durante la ida y vuelta a Lezo, para luego continuar en el banquete nupcial y consiguiente baile, se procuraba conjuntar a aquellas parejas que creían poder compaginar, y efectivamente, hemos conocido bodas entre parejas, que aún gustándose mutuamente, bien por timidez o por no poder tener ocasión de entrevistarse, no se hubieran casado. El Cristo de Lezo ha contribuido mucho al aumento de la población en Guipúzcoa. El desarrollo del Ensanche después del derribo de las murallas, hizo que los servicios oficiales se desplazasen de la Parte Vieja, y así se notó, que ésta perdía en animación, quedando absorbido el comercio por el traslado en su mayor parte al Ensanche comprendido entre el Boulevard y la Avenida. Los primeros ascensores que conocimos, eran los de las casas n.º 7 de la calle de Hernani de don Ramón Machimbarrena, la n.° 2 de la calle de Vergara, del señor Parga, abuelo de nuestro amigo Juanito Epalza; la del n.º 46 de la calle San Martín, del señor Zavala y el Hotel Continental; recuerdo que los tres primeros eran hidráulicos y el que lo utilizaba tenía que hacer unas maniobras raras para ajustar un anillo al tope correspondiente al piso que deseaba subir, previo tirón a una soga, en la que estaban ajustadas las bolas metálicas que al tropezar con el anillo correspondiente al piso, empujase a la cuerda para 'cerrar la corriente de agua que le hacía funcionar. Hoy, ya esto de los ascensores se ha generalizado y como son de corriente eléctrica, no hay necesidad de hacer ejercicio de soca-tira, pero en sesenta años de ejercicio profesional, hemos tenido que subir, muchos miles de escaleras.

San Sebastián, puede vanagloriarse de que a principios del nuevo siglo, fundó una de las Clínicas quirúrgicas que más renombre tuvieron en España por su organización y por el equipo profesional de que constaba. El prestigio de que gozaban ya en España, los Dres. Oreja y Gaiztarro, los primeros especialistas en San Sebastián de Cirugía Urinaria y Cirugía General, respectivamente, les movió a crear una Clínica particular, mejor dicho, una policlínica, ya que incorporaron al Cuerpо de Especialistas, a los Dres. don Ramón Castañeda y don Mariano Antin, como otolaringólogos y al Dr. Miguel Vidaur, como oculista. 23 La clínica se inauguró el día 26 de septiembre de 1906 con asistencia de S. M. la Reina Victoria, las Autoridades Nacionales, ya que es. taban con el Ministerio de Jornada, Provinciales y Municipales, representantes del Ejército y la Marina, y el Obispo de la Diócesis. Todos tuvieron palabras de elogio, para el nuevo edificio, considerándolo como un adelanto científico, que honraba a San Sebastián, a Guipúzcoa у por tanto a España. Más tarde vinieron otras clínicas a sumarse a ésta que se llamó clínica de San Ignacio, como fueron, la clínica del Dr. Leremboure, la de los Sres. Huici y Egaña, la de don Luis Egaña Моnasterio, la del Dr. Ayestarán, la del Dr. Martín Santos, etc., todas ellas dignas de los nombres famosos que ostentan y ostentaron sus propietarios. 

DEL SIGLO XIX AL SIGLO XX 

Entramos ya en la última década del siglo XIX, año 1890, década que nos recuerda la edad más feliz de nuestra vida, porque es la edad llena de ilusiones y esperanzas, cuando comenzamos los estudios del bachillerato, cuando empezábamos a ser considerados en la vida, los profesores del Instituto nos trataban de Vd. y nos llamaban «Señor Fulano, salga al encerado», cuando empezábamos a flirtear con muchachas de nuestra edad, soñábamos en proyectos para el porvenir, en una palabra, cuando llegábamos al tránsito de chico a joven adolescente. 

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