Decir en la tarde de domingo «guazen dantzatzeras es algo muy antiguo.
La Plaza Nueva estaba realmente bonita cuando el pueblo bailaba en ella. Pocos pueblos bailarán tanto y tan bien como el vasco.
Y este espectáculo era digno de contemplarse.
No hace falta que nos acompañe, como otras veces, el duen-de. Basta que lo que cualquier dia veis hoy, os lo figuréis enton-ces. El escenario es casi el mismo. Poco importa el cambio de trajes, de peinados y de fachadas cuando lo interno permanece.
Cada domingo y dia de fiesta tenian lugar en la Plaza bailes públicos. Caballeros y señoras salían al centro y bailaban.
Los donostiarras de aquella época todo lo celebraban con bailes. Durante el carnaval se ejecutaba la «aserindantzas. A ese buey que hemos visto llegar trotando le acompaña la «idia-rena». A los bandos públicos, en los que la autoridad decía se camente xesto sí, esto nos o por aqui o por allás, no les faltó tamboril y chistu con qué acompañar.
Los zapateros tenian sus sonatas. Y también los niños cuando el Sueño era tardo en llevárselos, y pataleaban y todo se les iba en aires y lágrimas.
Las fiestas religiosas tenian sus bailes propios: «Espatadan-tzas el Corpus Christi; la fiesta patronal «broqueldantzas; el do-mingo de carnaval, «aseridantza»; «Jorraydantzas para el jue-ves gordo
Bailando se despedía el año y se entraba en el nuevo; por-que el 24 de diciembre se bailaba «billanzikoas y el 1 de enero «chipiritonas.
Y aunque el Alcalde no tenía propiamente baile -quizá por respeto- -si poseía himno o melodía el salkatesoñuas con que era, y es, acompañado en los actos más solemnes.
A delicadeza, a finura, no había baile que ganase a la «espa-tadantzas, trazado de figuras.
Y a bravura nada aventajaba al saurreskus. Hasta su mismo nombre tiene resonancia de roca, de monte o de mar.
No hemos hablado ya tanto y tanto del carácter militar de San Sebastián? Pues en ese baile están, influyentes, las mura-llas, el Castillo y sus baluartes, el hornabeque y los cuarteles, los cañones y sus bombas y sus balas.
Porque en el «aurreskus vemos y oímos, a través de la mimi-ca y la música, la llamada de los guerreros, su marcha, la pre-paración para el combate, una nueva llamada, el ataque del ene-migo y el imponente «arin arins final.
Nuestras danzas y nuestros bailes son la poesía muda y vi-gorosa de nuestra alma cantora e inmortal.
Ella vibra, vibra siempre, nada más oir el golpeteo de los palitos sobre la tersura del tambor y el agudo canto del chistu, nuestro instrumento tradicional de ébano y tres agujeros, que no ha perdido su condición campestre a pesar de que vive ya entre nosotros desde hace siglos en atrios, plazas y calles.
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