XII Los miqueletes
La descripción del Batallón Infantil, que iba equipado con el uniforme del Cuerpo de Miqueletes, ha evocado en mí el recuerdo de este brillante, honrado, digno y eficaz auxiliar del orden público y de la Administración Provincial. No voy a hacer el historial de este Cuerpo querido por todos los guipuzcoanos, admirable servidor de la Provincia, pues recientemente lo ha hecho admirablemente el brillante escritor don Luis Ezcurdia, sino que en confirmación de lo que dice en cuanto se refiere al cumplimiento de su reglamento, solamente deseo relatar unas anécdotas que revelan cuán humanamente interpretaban las disposiciones reglamentarias, aun tratándose de culpables de infracciones legales. Siendo yo médico de Azpeitia, un día del mes de diciembre de 1902, mi compañero don José Eguiguren, nuestro común amigo Luis Calisalvo y yo, recibimos un aviso del barrio de Nuarbe en el que nos participaban que merodeaba por aquellos campos un jabalí y nos invitaban a tratar de cazarlo. Los tres éramos aficionados a cazar y aceptamos la proposición. Don Pepe Eguiguren, como lo llamaban en Azpeitia, había sido antes médico de Régil y era amigo del párroco, que también era un gran cazador y tenía un perro inmejorable. Nos propuso invitarle la vez que le pedía acudiera con su perro. Aquella misma tarde, nos dirigimos a Régil en el automóvil (uno de los primeros que circulaban por la Provincia), propiedad de Calisalvo, que se hallaba pasando una temporada en Azpeitia. Recuerdo que era el día de los Inocentes y sabíamos que aquel día tenían una reunión los caseros para tratar los asuntos correspondientes a su barrio. Cuando al anochecer nos acercábamos a Régil, vimos algunos que iban por la carretera, sin duda algo alegres por las libaciones que debieron extremar en su reunión y como entonces el automóvil era poco conocido, les debió llamar la atención el ruido y la velocidad que llevaba y no tuvieron mejor idea que lanzarnos un tronco de leña ante nuestro coche, dándose a la fuga, sin pensar en el daño que pudieran ocasionar. Por suerte, no ocurrió ninguna desgracia y don Pepe salió corriendo tras los fugitivos alcanzando a uno de ellos, que se escabulló, no sin dejar, como José ante la mujer de Putifar, un girón de su ropa, con la que nos presentamos a las Autoridades de Régil, quienes por las señas y el trozo de prenda que presentó el señor Eguiguren fué identificado. Al día siguiente intervino el Juzgado de Instrucción de Azpeitia disponiendo que fueran conducidos al Juzgado de Azpeitia los autores y que se llevase el tronco como prueba de convicción. Al efecto se presentaron en Régil una pareja de miqueletes formada por el cabo y un número, haciéndose cargo de seis jóvenes caseros, que eran los acusados del acto de barbarie, que pudo ocasionar una desgracia y el cabo de miqueletes, comprendiendo el deshonor que pudiera constituir el que fueran esposados, les propuso como solución, si preferían ir conduciendo entre los seis el tronco a hombros e ir sueltos, pues de otro modo los habrían de llevar esposados por parejas y el tronco en un carro tirado por vacas. Al instante optaron por llevar el tronco sobre sus hombros y así evitaron la vergüenza de ir esposados, cuyo deshonor hubiera causado muy mal efecto en toda la comarca. El cabo de miqueletes cumplió con su deber evitando la extorsión que supone el ir amarrado por las calles de Régil y de Azpeitia.
En otra ocasión, cuando en julio de 1936, estando ocupada aún San Sebastián por los rojos, hubimos de pasar los 25 días que duró hasta la liberación, de servicio permanente en la Casa de Socorro, como Jefe de los servicios sanitarios que desempeñaba en el Ayuntamiento, aunque éste había huído de San Sebastián en dirección a Bilbao, y constantemente lo mismo de día que de noche recibíamos llamadas para que se mandase la ambulancia, que volvía con un herido o con uno o más cadáveres de fusilados sin haberlos juzgado. Una noche se pidió desde el calabozo que como prisión preventiva se había establecido en la Diputación, la ambulancia para transportar a un detenido que había intentado suicidarse con una cuchilla de hoja de afeitar, una gillette, dándose unos tajos en el antebrazo y efectivamente volvió al poco rato con un herido cubierto de sangre acompañado de un miquelete y dos milicianos. Al entrar en el quirófano, reconocí a un antiguo cliente mío, que era chatarrero y hube de interrogarle sobre lo que motivó su determinación y me contestó que estando afiliado al sindicalismo revolucionario, le mandaron de servicio a cuidar la capilla de los Religiosos Carmelitas de Amara, y estando allá, entró una pareja formada por otro correligionario suyo y una furcia (fueron sus palabras), con la pretensión de hacer lo que no se debe hacer nunca en público (también fueron sus palabras), discutieron, se pelearon, y para defenderse hubo de disparar, matándole. Le llevaron a la prisión de la Dipu tación, donde pretendieron llevarle al Paseo Nuevo, donde le querían fusilar y mientras discutían sobre su suerte, él se acordó que llevaba una Gillette y trató de suicidarse. Mientras le hacía la cura me dijo muy convencido que era inútil lo que hacía, pues estaba seguro de que lo matarían en el camino. Una vez curado, los milicianos quisieron llevárselo prescindiendo del miquelete, el cual con toda energía hizo valer su derecho de que a él le habían encargado de llevar al lesionado a la Casa de Socorro y que una vez curado lo devolviese a la Diputación y que estaba obligado a cumplir su misión costase lo que costase y dijo a los milicianos que ellos se unieron a él y al herido sin que nadie les mandase y por tanto no tenían nada que hacer allá, que una vez que hubiese cumplido la orden que se le dio, él se desentendería del preso, pero que si se oponían a que él llevase el preso a la Diputación, antes habría una ensalada de tiros. Y así salieron pacíficamente de la Casa de Socorro.
A las tres horas de ocurrido esto, a eso de las cuatro de la madrugada, recibimos la diaria llamada de que se mandase la ambulancia al Puente de Hierro del Ferrocarril, con la fórmula de siempre: «Ya saben para qué». Nos trajeron el cadáver ametrallado del pobre Salazar, como se llamaba el desgraciado. También en este caso el miquelete cumplió con su deber defendiendo al detenido mientras pudo, con riesgo de su vida, cuando pudo haberse desentendido diciendo que eran dos hombres los que pretendían avasallarle por mayoría de fuerza. Yo soy un entusiasta de este abnegado Cuerpo, pues conozco su historia y tengo sangre de miquelete, pues mi padre fue el médico del batallón e hizo toda la campaña en la tercera guerra carlista y dos hermanos de mi madre fueron también oficiales de miqueletes durante la misma campaña. Como la Diputación no tenía servicio médico que atender, pues la asistencia a los enfermos necesitados, que es la única que le competía, la tenía contratada con los hospitales de la capital y de las cabezas de Partido provincial, cuando requería alguna asistencia, estado de salud, baja o alta por enfermedad, don Juan Pablo Lojendio, recordando a su compañero de campaña, recurría a mi padre, como lo hicieron los que le sucedieron en el cargo los señores Larrondobu Andrés, compañero mío en el Preparatorio de Medicina, que luego prefirió la milicia y más tarde el señor Churruca. Cuando falleció mi padre, el señor Churruca me distinguió con esa atención y poseo un carnet firmado por él con el nombramiento de Médico del Cuerpo de Miqueletes de Guipúzcoa. Не conocido a muchos oficiales que hicieron la campaña con mi padre, los hermanos Prudencio, Antonio y Mariano Arnao, don Tomás Iñurrategui, los hermanos Ząla, Dugiols, Larragoyen, Aldasoro, etc., el capellán don José Iriarte, de Irún, que celebraba la misa de campaña en la ermita de San Marcial. He visitado a las familias de Barandiarán, Ormazábal, Culla, Zabaleta, Otegui, Elorza, Pedraglio y a los miqueletes acuartelados solteros, en el cuartel de la calle de Miracruz. No es pues extraño que yo admire a este Cuerpo, al que he prestado mis servicios desinteresadamente, y al que quisiera ver repuesto en sus primitivas funciones.
Por eso he recibido con verdadera alegría y satisfacción, la publicación de la Historia del Cuerpo de Miqueletes, escrita con cariño y
afecto por el que las circunstancias le hicieron Jefe Civil en sus funciones administrativas don Luis Ezcurdia.
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