Termina aquí la segunda parte de la historia de San Se-bastián.
Conocemos las costumbres de nuestros antepasados, la vida que hacían, sus trabajos, su laboriosa y pacífica existencia de pueblo pescador, Industrial y campesino.
Hemos entrado en las calles de la Ciudad y pasado unas ho-ras deliciosas en ellas. Nada nos puede resultar secreto.
Sus diversiones, sus bailes y sus fiestas no podrán ya olvi-dársenos, y cuando desde los caseríos les hemos despedido sa-bíamos que un poco de nosotros iba a sufrir con ellos en los días de guerra y bombardeo que les aguardaban.
Y es en este momento precisamente cuando iniciamos la úl-tima parte de nuestra historia, construida con grandes reali-dades.
Crecerá San Sebastián de forma increíble, como esos glo-bos que, pequeños como canicas, son inflados hasta casi ex-plotar.
Circunstancias históricas favorecerán su desarrollo, que no se detendrá ante nada, ni tan siquiera ante la enorme dificul-tad de tener que robar al mar su espacio.
El ansia de vivir después de las angustias padecidas y una confianza en su natural valia son las herramientas con que tra-bajaron los donostiarras. Nada les detuvo, ni la inseguridad, ni la novedad de un nuevo medio de vida el veraneo y el turis mo- que ellos crearon, ni el extraordinario estirón que, a ve ces, resulta peligroso.
Veamos ahora a lo que puede llegar y lo que puede conse guir un pueblo que parece de hacendosas hormigas.
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