Cuatro eran los conventos que había entonces en San Se-bastián.
El más importante era el de San Telmo. Estaba considerado como uno de los mejores de los Padres Dominicos en la provin cia de Castilla, según la distribución territorial de la Orden.
Lo fundó en 1516 fray Martin de los Santos, con autorización dada en 1513 por la reina Doña Juana, que había escogido un pa-raje situado entre la montaña y el Castillo, en un lugar ocupado por cuarteles. Cuando el hijo de Doña Juana, Carlos V, ordenó construir el Cubo Imperial, estos cuarteles fueron trasladados a sus proximidades.
Los protectores de la fundación fueron don Alonso de Idiá-quez y su esposa doña Engracia de Olazábal. El era Secretario de Carlos V.
Artísticamente, lo que más valía de aquel convento era su pa-tio, el claustro y la escalera. Disfrutaba de huerta en la faida de Urgull. Sufrió muchos desperfectos durante el incendio de 1813, pero todavía conserva mucha belleza. Sirvió para cuartel de Ar-tillería en 1836, y cien años después, convertido en Museo, están considerados su iglesia y su claustro monumentos nacionales.
Vivian en él, en la época de su fundación, unos treinta reli-giesos. Era utilizado frecuentemente como cementerio. Y resul-taba muy corriente ver cómo salia la comunidad, con la cruz, hacia la casa donde alguien habia fallecido.
Encontraríamos otro convento de dominicas muy lejos, nada menos que en el barrio del Antiguo. Fueron monjas pobres, aun-que muy numerosas. Tenían coro. También fundó este convento don Alonso de Idiáquez en 1546. La edificación había sido antes hospital de la Orden de Santo Domingo.
En aquel mismo lugar pretendieron los franciscanos levan-tar el suyo. Pero no lo consiguieron entonces, ni tampoco ya en aquel siglo.
Pero en 1606 les apoyo don Juan de Idiaquez-hijo de don Alonso, Secretario de Felipe II. El General de la Orden, que pasó por San Sebastián y a quien impresionó la variedad de gen-tes que aquí había atraidas por el tráfico donostiarra, consiguió al fin su propósito. Y en las mismas orillas del Urumea edifica-ron su casa, iglesia y noviciado. Daban los franciscanos clases de vascuence y predicaban en euskera. La iglesia, de un bello crucero, alcanzó pronto fama merecida de limpia. Aunque el río, con sus crecidas, hacia temer a la comunidad el riesgo de las ria-das y la tenía en vilo.
El cuarto convento donostiarra era de carmelitas descalzas, fundado alrededor de 1661. Pasó la fundación de este convento por grandes vicisitudes, erigiéndose primero un simple oratorio junto a una casa de campo.
Las monjas fueron instaladas en la basilica de Santa Ana, próxima a Santa Maria. Dieron comienzo entonces unas obras costosísimas y arriesgadas de contención del monte, sufragadas por don Miguel de Aristiguieta.
Por fin, en 1686 ocupó la comunidad su nuevo convento.
Como estaba próximo al Castillo y al muelle padeció antes que nadie las consecuencias de las explosiones y el fuego. Te nía por eso malos vecinos. Asi ocurrió al volar el almacen de pólvora del Castillo en 1688 y cuando se quemaron los almacenes de géneros del puerto en 1768.
Finalmente, había un monasterio llamado de San Bartolomé en el camino real para Pamplona y Vitoria. La comunidad era de unas cincuenta religiosas sujetas al Obispo de Pamplona. Fue el primero de monjas de Guipúzcoa.
Se ignora la antigüedad de su fundación, atribuida a tres monjas eque vivieron con grande santidad y ejemplo de todoss. De su fundación no puede darse una fecha cierta, acaso sea ad-misible, según el estado actual de los conocimientos, el 891, Pero ya existia en el año 1250.
La iglesia era buena. Valian mucho en ella la belleza del pórtico, el retablo con hermosas estatuas y los ornamentos de telas, vasos y candelabros.
Era monasterio rico en prerrogativas y privilegios de obis-pos y reyes. Tenia huerta, jardines y viñedos extensos y estaba situado en un alto despejado y apacible con preciosa vista de la Ciudad. Pero no hubo sitio, bombardeo y guerra que no lo su-friera el Monasterio tanto como San Sebastián. Fue quemado por piratas en 1300, consumido por el fuego en 1565, destruido por los franceses en 1794, expulsada la comunidad también por los franceses en 1806 y y por los españoles en 1822, convertido en baluarte por los liberales en 1834. Cansadas de tantos pade-cimientos, las canónigas lo abandonaron en 1849, trasladándose a Astigarraga, siendo ocupado desde entonces el monasterio en edificio totalmente nuevo por las religiosas de la Com-pañía de María, dedicadas a la enseñanza.
Los caseros de los alrededores y los del barrio de San Mar-tin, de unas sesenta casas y un par de fábricas de curtidos y cuerdas de cáñamo, es posible que oyeran la misa en este pode-roso monasterio de canónigas seglares,
De todos aquellos conventos y monasterio apenas queda algo: el convento de las Madres Carmelitas, restos en el Museo de San Telmo, sombras de un pasado, Guerras y sucesos internos los destruyeron o los transformaron con el transcurso de los años.
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