miércoles, 10 de diciembre de 2025

14.-DIARIO INFANTIL


¿Cuál era vuestra vida dentro de este conjunto, sin cines, te-levisores y juguetes de plástico?

Ante todo suponemos que entregada al estudio. Pero muy poco sabemos de lo que estudiábais y de cómo lo hacíais y dónde. La catástrofe de que luego hablaremos nos ha dejado poquísi mas noticias.

Los Padres Jesuítas tenían un colegio en donde se enseñaba moral, gramática, leer y contar.

No imaginemos un colegio grande, con patios donde jugar y mucho espacio. Aquel colegio habrá sido modesto, pequeño, os curo y con escasa ventilación, excepto la de las corrientes.

Estuvo cerca de los muros de San Telmo y Santa María. Quedan algunos restos suyos en la Plaza de la Trinidad.

Los procedimientos con los que se enseñaba serían, proba-blemente, más duros que ahora. Estaba muy en boga el principio ela letra con sangre entras. Las varitas de fresno y los golpe-tazos sobre las cabezas, palmas de la mano o uñas habrán sido muy corrientes y más de una vez habrán silbado en el aire al escribir b por v con la pluma de ave que el maestro tajaba.

Los dias de fiesta se habrán hecho largos. Como era arries gado salir fuera de las murallas-por la amenaza del cierre de las puertas y como tampoco se podía subir al Castillo, las ban-dadas infantiles no podían hacer más que pasear.

gato Y allá, a veces por el lejano hornabeque, se habrán escapado dispuestos a no dejar gorrión ni gato tranquilos, o a la misma Puerta de Tierra, viendo quién entraba y quién salia, a la espe ra de la diligencia, bebiendo agua de la fuente del León o entre-teniéndose en dar una y diez vueltas a la Plaza Nueva, y si se presentaba la ocasión enojar al francés de la tienda o a la ca sera del puesto

Ni habrán renunciado al chapuzón en la dársena y al partido de pelota en el frontón

Otros juegos eran las canicas. La «perrachas, pegando a una pelota con palos. La schirriyas o rampa adosada al muro de San Vicente, por la que se deslizaron todos los niños de la época, destrozando los pantalones. Y el sa la mar, a la mar dos, ¿cuántos son?», que se jugaba cabalgando unos sobre otros en los atrios de las iglesias.

Tampoco habrá faltado a los niños objeto de sus burlas. Uno de los principales, acaso, el pregonero, encargado de enterar al vecindario de las noticias más importantes o avisos de interés general.

El pregonero había sido durante mucho tiempo pregonero y verdugo. A los condenados a muerte él debía ejecutar. Y a los castigados a azotes él dejaba la espalda ensangrentada.

La gente tenía mucha antipatia al verdugo. Nadie le trataba.

Al fin el pregonero fue ya sólo pregonero. Y entonces, los niños le habrán seguido por las calles para tentarle cuando gri-taba su pregón.

Eran hombres desenvueltos, de voz muy potente. Les acom pañaba un tamborrero, que para anunciarle tocaba el tambor frenéticamente.

Las ventanas se abrían entonces, los carros se paraban -o los ordenaba detenerse él mismo y las tiendas dejaban abier-tas sus puertas para oir lo que decía.

Hecho el silencio, allá empezaba el pregonero diciendo que el Alcalde había ordenado esto y aquello, o que al día siguiente no habría feria, o que a Fulano de Tal se le había perdido cuál cosa.

El pregonero tenía diez esquinas o sitios donde cantar su pre-gón: en la calle de San Jerónimo, esquina a la Casa Consistorial. En la del Angel, en la del Muelle y en la Plaza de Lasala, entre la calle del Puyuelo y San Jerónimo. En la de Embeltrán, en la Brecha, en la de la Trinidad, esquina a San Vicente, en la de Iñigo y en la Plaza Mayor.

Otras veces aquellos niños salian muy devotos en las procesio nes. El pregonero, el Alguacil y los cuatro Guardias municipales que bastaban para mantener el orden no les reconocían viéndo-les tan formales. ¡El Alguacil, cuyo bastón de autoridad conocían muy bien por los bastonazos que recibían!

Las procesiones más importantes eran las del Corpus y las del Jueves y Viernes Santo.

La primera nacía en Santa Maria. Sobrepellices, capas, ce tros, Alcaldes, Regidores y Comandante se sucedían al paso en la procesión. La comunidad del convento de San Francisco concu-rria en dos bandas. Era lo tradicional. Los soldados de la guar nición cubrían la carrera, y las mujeres, con mantos o con man-tillas y rosarios, cerraban el desfile.

Los niños se situaban alrededor de los altares, que eran tres, no muy grandes, pero adornados con muchas velas, plata, esme-raldas y perlas.

Cuando pasaba delante el Santísimo, dentro del relicario de pedrería, la procesión se paraba, y los niños cantaban acompaña-des de violines y clavicordio.

Las dos de Semana Santa eran procesiones devotas, muy serias, silenciosas y ordenadas. Tenian pasos muy ricos y artis-ticos. Salían al anochecer, y todos los que desfilaban llevaban ve-las encendidas. Se formaban coros de hombres que cantaban himnos religiosos.

Los niños se contentaban con ver el desfile asomados a la ventana. Todos sabían que los cinco serenos no encendian los fa-roles las noches de luna. Y pasada la procesión todo era silen cio y oscuridad.

los sermones los dias festivos en las igle-Entre estas cosas y los sias, el acompañar las niñas a sus madres en compras y encar-gos, las escapadas al puerto cuando entraban barcos y las visitas a las casas de familiares y amigos, la vida pasaba feliz para los niños donostiarras.

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